lunes, 25 de abril de 2016

Ponencia del DIM en la convivencia interreligiosa del 17 de abril, por Frère Jose Luis Navarro ocso

Acción de Dios hacia las criaturas

Madrid 17 abril 2016

En principio subrayar que nos encontramos en una reunión en la que estamos presentes personas de distintas tradiciones culturales y religiosas. Con una diferente, pero auténtica, experiencia religiosa. Hay que recalcar que todas las tradiciones religiosas, comportan una intuición del Misterio que, logra captar algún rasgo del “Rostro de Dios”. 

En toda experiencia religiosa, por tanto, se revela un antes y un después de nuestro existir como persona humana. Ese antes, es el don recibido gratuitamente del existir y un después, al ser conscientes de nuestra existencia, surgen unas repercusiones de convivialidad con el resto de los seres y con la creación, que nos mueve a una corresponsabilidad de administrar ese don recibido.

Testimonio de ello es el reconocimiento universal de la Regla de Oro, presente en todas las tradiciones y que expresa, con respecto a las relaciones humanas, la norma fundamental común a todos ante el Misterio. Jesús también nos la propone en el Evangelio de Mateo: « Todo cuanto queráis que os hagan los hombres, hacédselo también vosotros a ellos » (cfr Mt 7,12).

No disponemos de mucho tiempo, por lo que entraremos directos a buscar ese “Rostro de Dios” desde la perspectiva cristiana. Y como indica el enunciado elegido de “Acción de Dios hacia las criaturas” haremos un recorrido lineal de esa “Acción divina” reflexionando sobre la Revelación a través de Su Palabra, partiendo del Antiguo Testamento. Pero teniendo en cuenta que Dios se revela también en la historia. No sólo en el espacio el Creador encuentra la criatura, sino también el tiempo es un “lugar” privilegiado para la manifestación del Creador. La acción de Dios se revela en la sucesión de los acontecimientos,

Decíamos al comienzo que la intuición del Misterio, nos logra alcanzar algún rasgo del “Rostro de Dios”. Pues bien, podemos identificar ese rostro divino con la Misericordia.  En este año, los católicos celebramos el Año de la Misericordia, y es en la Bula de convocatoria donde el  Papa Francisco comienza señalando que el rostro de Dios es Misericordia, (aparte de que el título del documento “Misericordiae Vultus” -El rostro de la misericordia- ya lo lleva indica).

Por conocimiento de la práctica de nuestra vida espiritual y por conocimiento contenido en las Sagradas Escrituras, sabemos que el Creador, el Dios Todopoderoso tiene, “entrañas de misericordia”, y así nos lo dice San Lucas en el Cántico de Zacarías:” Por la entrañable misericordia de nuestro Dios, nos visitará el sol que nace de lo alto” (Lucas 1:78) y que repetimos por las mañanas en el oficio de Laudes.   Zacarías, pertenece a la Antigua Alianza, es un sacerdote de la clase de Abías. También su esposa Isabel tiene igualmente una proveniencia sacerdotal: es una descendiente de Aarón, como recoge el evangelio de Lucas (cfr Lc 1,5). En ellos, la Antigua y la Nueva Alianza se compenetran mutuamente, se unen para formar una sola historia de Dios con los hombres.  En las Escrituras la misericordia del Señor surge con mucha frecuencia. La palabra “misericordia” aparece allí más de 250 veces 

Desde los primeros textos de la Revelación, en lo que los cristianos llamamos el Antiguo Testamento aparece a menudo un binomio para describir la naturaleza de Dios: “Paciente y misericordioso” “El Señor es Paciente y Misericordioso, perdona la maldad y la rebeldía,” (cfr Números 14:18).

También nos dice la Sagrada Escritura que Dios está dispuesto a perdonar al más grande pecador, si se arrepiente: “Vengan para que arreglemos cuentas. Aunque sus pecados sean colorados, quedarán blancos como la nieve; aunque sean rojos como púrpura, se volverán como lana blanca” (cfr Is. 1, 18). Y el salmista nos lo confirma: "Un corazón contrito y humillado Tú Señor no lo desprecias" (cfr Sal 50, 19).

Es obligado acudir a la encíclica de Juan Pablo II “Dives in Misericordia” (D.M.) y la vamos a recordar en varias ocasiones. “El concepto de «misericordia» tiene en el Antiguo Testamento una larga y rica historia. Efectivamente, Israel fue el pueblo de la alianza con Dios, alianza que rompió muchas veces. Cuando a su vez adquiría conciencia de la propia infidelidad  se apelaba a la misericordia. A este respecto los Libros del Antiguo Testamento nos ofrecen muchísimos testimonios. Es significativo que los profetas en su predicación pongan la misericordia, a la que recurren con frecuencia debido a los pecados del pueblo, en conexión con la imagen incisiva del amor por parte de Dios. El Señor ama a Israel con el amor de una peculiar elección, semejante al amor de un esposo, y por esto perdona sus culpas e incluso sus infidelidades y traiciones. Cuando se ve de cara a la penitencia, a la conversión auténtica, devuelve de nuevo la gracia a su pueblo. En la predicación de los profetas la misericordia significa una potencia especial del amor, que prevalece sobre el pecado y la infidelidad del pueblo elegido. (D.M. 3)

En el profeta Nehemías aparece un Dios de ternura: “Pero Tú eres un Dios de perdón, lleno de piedad y ternura, que tardas en enojarte y eres rico en bondad” (cfr Neh. 9, 17b). El profeta Miqueas presenta a un Dios que se complace en perdonar: “¿Qué Dios hay como Tú, que borra la falta y que perdona el crimen; que no se encierra para siempre en su enojo, sino que le gusta perdonar” (cfr Miq. 7, 18). El profeta Joel nos recuerda la necesidad del arrepentimiento y la bondad de Dios: “Rasgad vuestro corazón y no vuestros vestidos; volved ahora al SEÑOR vuestro Dios, porque El es compasivo y clemente, lento para la ira, abundante en misericordia, y se arrepiente de infligir el mal.” (cfr Joel 2, 13).

Es obligado mencionar el Libro de Jonás, y podemos decir que es el libro de la misericordia de Dios. Es la misericordia que Dios tiene, no sólo para con los israelitas, sino para con todo el pueblo que se convierta a él: “Yo sabía que Tú eres un Dios clemente y misericordioso, paciente y lleno de bondad, siempre dispuesto a perdonar” (cfr Jon. 4, 2b).

Hemos visto algo del Antiguo Testamento para poder decir que allí se describe a Dios como “paciente y misericordioso”, presentándole con entrañas de padre y de madre.  Y como broche de oro tenemos el salmo 135 (136) donde se repite continuamente “eterna es su misericordia”. Y ese refrán, “eterna es su misericordia” va más allá de la dimensión del espacio y del tiempo e introduce todo en el misterio eterno del amor  Y así afirmar que siempre, eternamente y en todo lugar nos encontraremos todos y todo  cubiertos por la mirada misericordiosa de Dios. Ese salmo 135 (136) forma parte de un himno judío (el Hallel), recitado en las fiestas litúrgicas importantes. Jesús rezó con él después de la última Cena, como nos indica Mateo: “Después de cantar los salmos, partieron para el monte de los Olivos”. (cfr Mt 26, 30) y como nos señala el Papa Francisco, Jesús hizo vida este salmo de la misericordia, en su propia vida, con su entrega, sus actitudes y su enseñanza. Esa fue la actitud de Jesús. Los gestos de Jesús son una manifestación de la misericordia de Dios.

“Y así, tanto en sus hechos como en sus palabras, el Señor ha revelado su misericordia desde los comienzos del pueblo que escogió para sí y, a lo largo de la historia, este pueblo se ha confiado continuamente, tanto en las desgracias como en la toma de conciencia de su pecado, al Dios de las misericordias. Todos los matices del amor se manifiestan en la misericordia del Señor para con los suyos: él es su padre, ya que Israel es su hijo primogénito; él es también esposo de la que el profeta anuncia con un nombre nuevo, ruhama, «muy amada», porque será tratada con misericordia.”(DM 3)

Hemos visto que efectivamente Dios ha revelado su misericordia progresivamente. Pero en Jesucristo la ha revelado de una manera definitiva. Porque a partir de la Anunciación a María, de la Encarnación y posterior nacimiento en Belén, en esa primera Navidad, podemos constatar que la misericordia de Dios no es algo abstracto. La misericordia de Dios tiene un rostro, y ese rostro es el de Jesús, el Mesías. Jesús es la misma bondad y misericordia. El amor de Dios hecho carne. Toda la vida de Cristo fue amor y misericordia y bondad y para con todos…

La Bula “Misericordie Vultus” (MV) con la que el Papa Francisco convocaba el Año Jubilar de la misericordia comienza con estas palabras: “Jesucristo es el rostro de la misericordia del Padre. El misterio de la fe cristiana parece encontrar su síntesis en esta palabra. Ella se ha vuelto viva, visible y ha alcanzado su culmen en Jesús de Nazaret. El Padre, rico de misericordia (cfr Ef 2,4), después de haber revelado su nombre a Moisés como Dios compasivo y misericordioso, lento a la ira y pródigo en amor y fidelidad (cfr Ex 34,6) no ha cesado de dar a conocer en varios modos y en tantos momentos de la historia su naturaleza divina. En la plenitud del tiempo (cfr Gal 4,4), cuando todo estaba dispuesto según su plan de salvación, Él envió a su Hijo nacido de la Virgen María para revelarnos de manera definitiva su amor. Quien lo ve a Él ve al Padre (cfr Jn 14,9). Jesús de Nazaret con su palabra, con sus gestos y con toda su persona revela la misericordia de Dios” (MV, 1).

En la Bula el Papa Francisco nos recuerda los signos de misericordia de Jesús. “Los signos que [Jesús de Nazaret] realiza, sobre todo hacia los pecadores, hacia las personas pobres, excluidas, enfermas y sufrientes llevan consigo el distintivo de la misericordia. En él todo habla de misericordia. Nada en Él es falto de compasión. Jesús, delante de la multitud de personas que lo seguían, viendo que estaban cansadas y extenuadas, perdidas y sin guía, sintió desde la profundo del corazón una intensa compasión por ellas (cfr Mt 9,36). A causa de este amor compasivo curó los enfermos que le presentaban (cfr Mt 14,14) y con pocos panes y peces calmó el hambre de grandes muchedumbres (cfr Mt 15,37). Lo que movía a Jesús en todas las circunstancias no era sino la misericordia, con la cual leía el corazón de los interlocutores y respondía a sus necesidades más reales” (MV, 8).

También Jesús, con su palabra, con sus enseñanzas, con sus parábolas nos muestra la misericordia de Dios. En esas hermosas parábolas dedicadas a la misericordia, nos muestran a Dios como un Padre amoroso. Sobre todo hay tres parábolas que muestran el máximo del amor: la de la oveja perdida, la de la moneda extraviada, y la del padre del hijo pródigo (cfr Lc 15,1-32). En ellas encontramos el núcleo del Evangelio y de nuestra fe, porque la misericordia se muestra como la fuerza que todo vence, que llena de amor el corazón y que consuela con el perdón.

Cuando el apóstol Pedro pregunta a Jesús acerca de cuántas veces fuese necesario perdonar, Jesús responde: “No te digo hasta siete, sino hasta setenta veces siete” (cfr Mt 18,22) y pronunció la parábola del “siervo despiadado”. De esta parábola, además, podemos extraer una enseñanza para nuestro estilo de vida cristiano. Recordemos brevemente esta parábola: Este siervo sin piedad, llamado por el patrón a devolverle una grande suma, le suplica de rodillas y el patrón le perdona la deuda. Pero inmediatamente encuentra otro siervo como él que le debía una pequeña cantidad, el cual le suplica de rodillas que tenga piedad, pero él se niega y lo hace encarcelar. Entonces el patrón, enterado del hecho, se irrita mucho y volviendo a llamar aquel siervo le dice: ¿No debías también tú tener compasión de tu compañero, como yo me compadecí de ti? (cfr Mt 18,33). Y Jesús concluye: Lo mismo hará también mi Padre celestial con ustedes, si no perdonan de corazón a sus hermanos (cfr Mt 18,35)”

Con esta parábola del siervo despiadado, nos enseña Jesús que Dios conoce muy bien cómo somos los hombres a la hora de perdonar, pero subraya con grandes trazos que Dios no es así: perdona lo poco y lo mucho, perdona y olvida, perdona con alegría… Sin embargo el hombre, que necesita tanto del perdón, es muy duro para perdonar. Excusa la falta cuando la ve en él, pero cuando está en los demás arroja barro sobre barro.

En los Evangelios, encontramos suficientes referencias para reconocer a Cristo como el rostro del Padre, pero hay un texto clave en el evangelio de San Juan “Quien me ve a mí, ve al Padre” (cfr Juan 14, 9) Cristo pues revela a Dios que es Padre, que es “amor”, como dirá San Juan en su primera carta; revela a “Dios rico en misericordia (cfr Ef. 2, 4) es el que Jesucristo nos ha revelado como Padre. Revelada en Cristo, la verdad acerca de Dios como “Padre de la misericordia”, nos permite “verlo” especialmente cercano al hombre, sobre todo cuando sufre, cuando está amenazado en el núcleo mismo de su existencia y de su dignidad.

Decía el Papa Francisco en la Bula que “En él –en Jesús-  todo habla de misericordia. Nada en Él es falto de compasión.”(MV 8). Hablando del amor misericordioso de Jesús San Alberto Hurtado, hace un atrevido comentario, que me gusta compartirlo: “Jesús perdonó a la adúltera. Hay algunos que quisieran sacar este pasaje del Nuevo Testamento porque Cristo ni siquiera retó a la mujer. Pero para quitarlo habría que quitar a Jesús del Evangelio porque es el mismo de la Samaritana, de Magdalena, del buen ladrón. ¿Que no tomó en serio el pecado El, a quien araron sobre sus espaldas? ‘Cuenta si puedes mis llagas’… ¡Vaya si tomó en serio el pecado! Pero sufrió El por nosotros y  cuando vio en el tono y expresión de ella su contrición, le abrió el río misericordioso de su corazón, del buen amor.”

En su vida nada tan constante como su continuo perdonar de este “amigo de los pecadores”. Al paralítico de Cafarnaúm, a la mujer pecadora, a la adúltera de Jericó; a la Samaritana, a Zaqueo, a sus enemigos tantas veces. Estas escenas parecían escandalizar a los que lo rodeaban: les parecía a ellos que sacrificaba la justicia por la misericordia; la dignidad por la mansedumbre, la fuerza por la paz, casi la verdad misma para que el pecado pueda ser perdonado y el pecador pueda ir libre y con la frente alta, porque la misericordia divina revela y rescata la dignidad humana.

Decíamos un poco antes, hablando del siervo cruel que sin embargo el hombre, que necesita tanto del perdón, es muy duro para perdonar. Excusa la falta cuando la ve en él, pero cuando está en los demás arroja barro sobre barro.

Vuelvo a traer otro comentario de San Alberto Hurtado, no puedo por menos que compartirlo, pues vale la pena: Misericordia es el amor del miserable. Hay un amor que estima lo que tiene valor y de este amor no somos acreedores. Pero hay un amor que ama lo que no vale y hasta el que no tiene sino el valor negativo de su miseria, y este amor sólo Dios puede tenerlo. Es amor creador. Se siente inclinado donde hay menos, porque puede poner más. Por eso busca la miseria y es misericordioso. La Virgen Santísima nos ha enseñado el himno de la misericordia. Ha llenado de bienes a los hambrientos; ha mirado la humildad de su esclava; ha hecho en mí cosas grandes el que es poderoso y su misericordia de generación en generación. Por eso ninguno es tan apto a sentir el amor de Dios como el miserable y por eso Dios se complace en que los miserables canten su amor.”

Son tantas las cosas que habría que añadir que necesitaríamos todo el tiempo y no acabaríamos.  Pero podemos remarcar que en el culmen de su pasión, clavado en la cruz Jesús dijo: «Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen». Y así “la Misericordia divina es revelada en la cruz de Cristo, sobre la cual el hijo hace plena justicia a Dios, es también una revelación radical de la misericordia, es decir, del amor que sale al encuentro de lo que constituye la raíz misma del mal en la historia del hombre: al encuentro del pecado y de la muerte”.(D.M.)

Y como mensaje contemporáneo de la Misericordia, quiero recordar al Padre Christian de Chergé, prior de Notre Dame de l’Atlas, en su testamento. Primero su perdón claro a sus posibles verdugos, dice:  “Desearía, llegado el momento, tener ese instante de lucidez que me permita pedir el perdón de Dios y el de mis hermanos los hombres, y perdonar, al mismo tiempo, de todo corazón, a quien me hubiera herido. Yo no podría desear una muerte semejante. Me parece importante proclamarlo.”

Su respeto a Argelia, al Islam y a los musulmanes, aún siendo consciente de que sus verdugos probablemente sean argelinos y musulmanes. Ratifica lo que siempre defendió, una vez más, tal vez la última, en su testamento: “Argelia y el Islam, para mí son otra cosa, es un cuerpo y un alma. Lo he proclamado bastante, creo, conociendo bien todo lo que de ellos he recibido, encontrando muy a menudo en ellos el hilo conductor del Evangelio que aprendí sobre las rodillas de mi madre, mi primerísima Iglesia, precisamente en Argelia y, ya desde entonces, en el respeto de los creyentes musulmanes.”

Y continúa en su testamento mostrando su amor a los musulmanes, con la certeza de que Dios tiene un plan con ellos. “…por fin será liberada mi más punzante curiosidad. Entonces podré, si Dios así lo quiere, hundir mi mirada en la del Padre para contemplar con El a Sus hijos del Islam tal como El los ve, enteramente iluminados por la gloria de Cristo, frutos de Su Pasión, inundados por el Don del Espíritu, cuyo gozo secreto será siempre, el de establecer la comunión y restablecer la semejanza, jugando con las diferencias.”

Y para concluir su testamento, lo termina con un perdón personalizado en quien pueda ser su verdugo. No sólo su perdón, sino que le desea la gloria del paraíso. Es un modelo de la mayor misericordia: “Y a ti también, amigo del último instante, que no habrás sabido lo que hacías. Sí, para ti también quiero este GRACIAS, y este "A-DIOS" en cuyo rostro te contemplo.

Y que nos sea concedido reencontrarnos como ladrones felices en el paraíso, si así lo quiere Dios, Padre nuestro, tuyo y mío. ¡AMEN!  In sha Allah!

Termino con una invitación a mis hermanos y hermanas en la fe,  hemos recibido misericordia, y la hemos recibido para regalarla. En la medida en que testimoniemos esta misericordia de Jesús siendo misericordiosos con los demás –con todos, sin fronteras, sin condiciones, sin excepciones-, en esa medida estaremos reconociendo a Jesús como Maestro y Mesías de nuestras vidas. Y así, muchos otros reconocerán en nuestra misericordia a Jesús misericordioso.

Frère Jose Luis Navarro ocso


Madrid 17 abril 2016

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