El diálogo
interreligioso,
camino de
transformación interior
Condiciones y Riesgos
Creo que para describir una
experiencia será una buena introducción esta presentación.
He tenido la oportunidad de
residir, solamente por unos días, en Benarés. He recorrido las calles de la
ciudad santa, yendo de templo en ashram, y sobre todo descendiendo a los ghats, las grandes escaleras que
conducen al Gange. He vivido al lado del Das
aswa medh ghat. El último día fui a despedirme del Río, al pie de mi ghat. Pude hablar con un anciano devoto
que sabía un poco inglés, le dije cómo admiraba el ambiente religioso tan
intenso. Me preguntó qué esperaba para descender al agua, le respondí que me
habían aconsejado mucho no bañarme en un agua tan sucia… Ante su rostro tan
sorprendido, comprendí que debía ser muy estúpido para no acoger esta oportunidad
que se me ofrecía. Me quité la ropa y me sumergí hasta el cuello en el Río,
llevado por la corriente me volví hacia la fuente y juntando las manos recé.
Pienso que es esta es la
experiencia del diálogo intrareligioso:
desnudarse, sumergirse en el Río sagrado del hinduismo, rezar ante la Fuente de
donde manan todas las gracias espirituales. No me cansé de mirar con simpatía,
de admirar y de tratar de comprender; acepté, en nombre de mi fe, acoger totalmente
al otro, estar sumergido en otra tradición espiritual, penetrado por su
fascinación, entonces ocurrió algo nuevo. Viví una conversión, no un paso de
una religión a otra, sino una nueva comprensión de mi propia tradición
religiosa.
Pero, antes de ir más lejos y de
ver cuáles son las condiciones y los riesgos de este camino de encuentro,
quiero precisar más esta experiencia.
I.
Un encuentro que nos transforma
Hay varias expresiones para
decir qué es este diálogo. Anoto cinco.
Existe primero (1) la expresión ‘diálogo intrareligioso’. La palabra puede parecer ambigua. Puede significar el
diálogo que se vive en el ’interior’ de
una confesión religiosa, pero en este caso sería mejor hablar de diálogo
ecuménico. La otra acepción es de Raimon Panikkar en el contexto
interreligioso: «El verdadero encuentro entre las religiones es en sí mismo
religioso, transcurre en el corazón de
la persona en búsqueda de su propio camino. Es entonces cuando se realiza el
diálogo intra-religioso. (...) El diálogo intra-religioso es un diálogo interior
en el que se lucha con el ángel y consigo mismo. (...) El diálogo intra-religioso
es, por su misma naturaleza, un acto de asimilación – que yo llamaría
eucarístico.»
Para evitar ambigüedades del
término se habla fácilmente (2) de ‘diálogo
de experiencia religiosa’ «en el que las personas enraizadas en su propia
tradición religiosa comparten sus riquezas espirituales, por ejemplo, en lo que
se refiere a la oración y a la contemplación, a la fe y a los caminos de
búsqueda de Dios o del Absoluto». Esta es la expresión que propone el Consejo
Pontificio parar el Diálogo Interreligioso en su documento ‘Diálogo y Anuncio’.
Podría decirse también que esta
experiencia realiza el diálogo en su sentido más pleno: es (3) ‘una palabra atravesada’, según una
posible etimología de la palabra ‘dia-logos’; es una palabra de fe que se deja
tocar y alterar por otra palabra, se convierte así en una palabra hospitalaria.
Se propuso también (4) la expresión
‘diálogo del silencio’.
Efectivamente, se trata de una complicidad tácita respecto a lo inefable. Esta
expresión paradójica expresa bien la naturaleza de esta experiencia.
Ciertamente que, en algún nivel, un diálogo explícito es necesario et incluso
indispensable. Pero, se trata de realidades espirituales, este diálogo está
condenado a no hablar más que verdades penúltimas; las palabras se detienen en
el umbral de lo indecible, por tanto es lo esencial. En cuanto al ‘diálogo del
silencio’ va más lejos, con mucha más humildad. Una imagen expresa bien este
proceso de encuentro. Con frecuencia se ha propuesto la imagen de la montaña
que los fieles de distintas religiones escalan para encontrarse en la cima.
Pero esta imagen es falsa. Propongo otra imagen de escalada a un volcán en
actividad. A los fieles de distintas religiones les atrae esta cima, llegando a
lo más alto descubren el cráter de fuego que les fascina pero les mantienen
separados. El diálogo intrarreligioso es esta fascinación común, una comunión
en una búsqueda infinita. Lo que nos reúne es lo que nos sobrepasa.
Se debería hablar también de (5)
oración interreligiosa como se vivió
en Asís el 27 de octubre, cuando todos los participantes estaban efectivamente
unidos en una oración común, más allá de las variadas formulaciones. Cierto que
no se pretendió que se tratara de oraciones yuxtapuestas, ¡porque no estaban! «Eran
orante con orantes», como los Hnos. de Tibhirine, es la forma más fuerte de
comunión interreligiosa. Pero será necesario precisar más todavía en qué
condiciones se practica.
Para poder abordar las
exigencias del diálogo a este nivel, deben ser recodadas otras dos de sus
características.
No hay que olvidar nunca que el
diálogo intrareligioso es en primer
lugar un diálogo interreligioso. Está
situado, forma parte de una completa experiencia espiritual y siempre encarnado
en un contexto sociocultural, incluso político, en Asia los protagonistas del
diálogo nos lo han dado a entender bien. Para fomentarlo es necesario otras
formas de diálogo, diálogo de vida, de obras y de intercambios explícitos.
La reciprocidad es igualmente
verdadera: sin el diálogo de experiencia espiritual en el horizonte las otras
formas correrían el riesgo de faltarles vida. La misión del diálogo
interreligioso no es una botella que se tira al mar. Gracias a los testimonios
de los que han descubierto esta complicidad misteriosa entre las diferentes
espiritualidades, las personas que se han comprometido en una colaboración
multireligiosa por la justicia y la paz o en un riguroso intercambio en lo que
se refiere a doctrina y prácticas de otras religiones, saben que en definitiva todas
las religiones son de alguna manera compatibles. A un nivel que las sobrepasa
todas pueden comunicar y realizar una secreta comunión. El diálogo de la
experiencia espiritual es la piedra angular del diálogo interreligioso. Si no
es posible encontrarse verdaderamente a este nivel, todo el edificio del
encuentro de las religiones sería inconsistente incluso condenado a la ruina.
II.
Condiciones para comprometerse
Para enfocar una acogida
interreligiosa en el hogar de nuestra vida espiritual, conviene verificar si
estamos bien preparados.
Particularmente veo dos
condiciones previas.
Primero (1) nuestro
enraizamiento en nuestra tradición. Thomas Merton nos recuerda: «Este diálogo
contemplativo debe estar reservado para los que han sido seriamente formados
con años de silencio y una paciente iniciación en la meditación». Para
que la experiencia del encuentro de fruto, debe ser vivida por personas que han
alcanzado una madurez espiritual real y, en consecuencia, una libertad
espiritual. Para construir un puente hay que asegurarse que el puntal de este
lado del río esté bien fundamentado en la roca, de otra forma no se alcanzará
nunca la otra orilla.
Por otro lado esta formación
debe ser igualmente intelectual, teológica. Merton también dice: «Añadiría que [este
diálogo] debe estar reservado a los que han abrazado de forma totalmente seria
su propia tradición (monástica) y tienen un auténtico contacto con la historia
de su comunidad». Una ‘fe de carbonero’ seguramente es respetable, pero no es
suficiente para los que quieren encontrarse con otra tradición, con el peligro
de confundirlo todo.
En segundo lugar, para que el
diálogo sea intrarreligioso, es
necesario que la interpelación recibida de la otra tradición haya efectivamente
tocado el corazón de los interlocutores. Es la segunda condición. Un
conocimiento objetico benévolo no puede aún alcanzar el fondo de la persona. Se
han visto grandes conocedores de otra religión que han frecuentado durante años
los grandes maestros de otras religiones sin que eso haya cambiado su vida.
Ahora bien, tampoco hay que temer que la acogida concreta de otra
espiritualidad no desestabilice al que se arriesga o ponga en cuestión muchas
de sus convicciones. Como se verá a continuación, en este caso una nueva dinámica
espiritual puede tomar lugar. Ya podremos comprobar que si los interlocutores
están bien formados, es muy fecunda.
Por otra parte, así como esta
formación exige una información particular en lo que concierne a nuestra propia
tradición, igualmente es indispensable un conocimiento objetivo de la otra
tradición. El buen sentido exige asegurarse primero que los testigos de la otra
tradición sean válidos, para no correr el peligro de perderse en una secta. El
deseo de conocer bien la tradición encontrada esta dictada sobre todo por el
respeto y la integridad intelectual. ¿Qué pensaríamos de un amigo budista que
pretendiera conocer y respetar el cristianismo, pero que nunca hubiera leído un
evangelio? ¿Hay muchos cristianos que haya leído el Dhammapada, la Bhagavad
Gita o el Corán?
En resumen, estas condiciones
son las de la hospitalidad: para acoger a un huésped hay que asegurarse de que
tenemos una casa estable para recibirlo. A continuación, respetar bien a
nuestro huésped quiere decir que le respetemos por lo que es, otro, y no querer
hacerlo nuestro. Finalmente, como todas las tradiciones de hospitalidad
intuyen, es necesario acordarnos que el huésped es también un mensajero de
Dios, y preguntarnos qué quiere decirnos de Su parte.
Entonces podremos realizar un
verdadero diálogo ‘de la fe a la fe’, es decir, desde nuestra vida de fe, con
la esperanza de reencontrar la fe de nuestro interlocutor. Más concretamente
aún, diría que podemos realizar un diálogo ‘de fidelidad a la fidelidad’.
III.
Tres etapas de encuentro
El camino del diálogo
interreligioso no es un recorrido para realizar de una vez por todas. Cada
encuentro es una nueva historia. Sin embargo pueden destacarse algunos jalones
de este proceso recurrente. Es necesario haberlo recorrido una vez para tener
la experiencia completa del diálogo interreligioso.
1. Empobrecimiento
La primera experiencia que
descubre el que se expone con sinceridad en este diálogo es una pérdida de
pistas y un cierto desconcierto. Generalmente esperamos un encuentro que nos
enriquezca ofreciendo explicaciones y seguridades nuevas. Y, de hecho, los
intercambios interculturales e interreligiosos nos lo aportan enormemente. Al
menos a un cierto nivel, del que nos agrada hablar. El exotismo fascina
siempre. Pero a nivel más profundo, el de nuestras fidelidades, los encuentros
engendran igualmente graves cuestiones. Tomamos conciencia de que nuestras
tradiciones se han enriquecido mucho pero se han hecho cada vez más complejas a
lo largo de los siglos por su defensa e ilustración. Han tenido también una
tendencia a segregar un caparazón de protección para defender su identidad y
excluir con antelación la discusión. Ahora bien, estas riquezas y estas
convicciones se revelan a menudo menos evidentes y menos esenciales cuando
descubrimos que las otras tradiciones las han desarrollado igualmente.
El encuentro interreligioso en
profundidad acaba necesariamente en una relativización de nuestras tradiciones.
Lo que tampoco debe conducir al relativismo, – que es una ideología–, la
experiencia espiritual está a otro nivel. Este encuentro opera en todo caso una
limpieza, e incluso un cierto despojamiento de nuestras certezas. Cuando nos
dejamos sumergir en el universo espiritual de otras religiones puede que nos
veamos desamparados, despojados y más vulnerables. Pero esta situación donde
hemos sido colocados a pesar de dar cuenta de nuestra fe más fundamental, es
una ocasión para desarrollar una confianza más perdida. Sí, se revela un cierto
desconcierto se manifiesta una condición particularmente propicia para vivir la
acogida del otro en nombre de nuestra, fe, pues se pone nuestro corazón desnudo
y devuelve una nueva forma de humildad. Descubrimos que no es un intercambio de
nuestras riquezas doctrinales, culturales y espirituales cuando realizamos la
comunión de corazones, sino compartiendo nuestras pobrezas, nuestros
cuestionamientos.
Finalmente parece que esta
pobreza así vivida es en realidad, una bienaventuranza evangélica. La práctica
del diálogo intrareligioso puede ser también un camino de conversión
evangélica.
2. Transformación
Cuando ha tocado el corazón,
porque está desnudo, puede estar también transformado. Los que excluyen a priori toda posibilidad de cambio a lo
largo de un encuentro, lo reducen a un intercambio de cortesía. Pues sabemos
bien que la cogida de la alteridad altera. No se sale indemne de un verdadero
encuentro.
Todavía hay que asegurarse de
que tenemos la madurez espiritual suficiente para exponerse a este cambio. La
confrontación con una fe religiosa venida de otra parte es de alguna manera una
prueba de fuego. Hay algunos intercambios que desfiguran y desnaturalizan – el
leño expuesto al fuego pronto se reduce a ceniza, – pero en otros casos la
experiencia es totalmente positiva, y la transformación manifiesta incluso
nuestra verdadera naturaleza y posibilidades todavía insospechables. Para
ilustrar esto, me gustaría evocar la parábola del alfarero. Colabora con el fuego.
Su parte de trabajo consiste en modelar un vaso, un tazón, un botijo. Para ello
escoge tierra y le da una bella forma. Deja secar el modelado, después lo mete
al horno, delicadamente, porque está todavía frágil. La pieza que sale del
horno, después de cocerla, es la misma que la que había puesto, pero ¡no es la
misma! Tiene la misma forma no ha añadido un gramo de tierra, pero es
totalmente otra.: en lo sucesivo es más sólida, ha adquirido un nuevo color e
incluso se ha hecho sonora. El fuego le ha dado todas estas posibilidades al
trabajo del alfarero.
Esto se verifica en todo
encuentro interpersonal sincero. Exponiéndonos a una cierta radiación de otra
persona, descubrimos que somos transformados. Si las circunstancias de este
encuentro son buenas, la presencia del huésped es una gracia, San Benito pide
en su Regla que se laven los pies a los huéspedes que están de paso, se canta
el versículo del salmo: «Acogemos tu amor en medio de tu templo». La acogida no
es sólo un servicio, es sobre todo una oportunidad de renovación. El encuentro
interreligioso es un ejemplo notable de una transformación que puede manifestar
posibilidades insospechadas de nuestra propia tradición.
3. Unificación
En
una tercera etapa el proceso del encuentro vuelve al peregrino a su casa y le
permite reencontrar una nueva unidad interior.
El primer encuentro con otra
tradición había provocado una conmoción, a veces incluso cierto desconcierto.
La nueva tradición, por la que a veces descubría una cierta fascinación, le hacía
sentirse mal con su propia tradición. Para algunos, como para el padre Oshida
en 1943, este descubrimiento le conducía a una conversión que implicaba incluso
el rechazo de su propia pertenencia original al budismo. Todavía hoy somos
testigos de estas conversiones, cuando los cristianos descubren el budismo o vice versa. En nosotros verificamos que
en tales casos generalmente no hay lugar para situar un diálogo interreligioso;
la convicción es exclusiva; no queda más que un monólogo. Y a menudo, también somos
testigos, de que llega el momento de una reconciliación. Con el desarrollo de
la madurez espiritual, gracias precisamente a la religión nuevamente acogida,
la actitud exclusiva se manifiesta limitada y estéril. El verdadero diálogo
puede entonces comenzar, cuando se ha reencontrado con sus raíces espirituales,
antes alejadas. Como decía el padre Oshida, más tarde: «Soy un budista que ha
encontrado a Cristo».
La senda del diálogo favorece
también una unificación de toda la persona. Esta unificación es dinámica, no es
una síntesis, un estadio final del encuentro donde el movimiento podría
pararse. No se trata pues de la creación de una nueva espiritualidad híbrida,
que escogería sus elementos de aquí y allá. Ese fue el caso, sobre todo en los
primeros descubrimientos de Oriente y occidentales. Pienso aquí en la
‘teosofía’. Pero eso no tiene gran cosa que ver con el diálogo intrareligioso.
Algunos cristianos que no ha realizado la experiencia de un diálogo en
profundidad, temen todavía hoy que esto acabe en un sincretismo, y desacreditan
todo diálogo que sea un poco comprometido. Pero, poco a poco el discernimiento
se hace gracias a personas como los padres Oshida y Amaladoss, o Claire Ly. Con
ocasión de los anteriores ‘Asís’ esta cuestión de la ‘doble pertenencia’ ha
sido estudiada más extensamente.
III.
Pistas del diálogo intrareligioso
Todos reconocen hoy la
importancia e incluso la necesidad del diálogo interreligioso para la paz del
mundo. El diálogo de la vida cotidiana, de las obras comunes y de los teólogos
es indispensable para el porvenir del
mundo.
En cuanto al encuentro a nivel
más profundo – tanto interreligioso como interconviccional – es indispensable para el porvenir de las
religiones. Para afrontar las cuestiones que el mundo actual plantea, que
manifiesta el vacío de las iglesias y de los templos, las religiones no pueden
encontrar respuestas en una sola tradición. En esta fase una actitud
autorreferencial es estéril. Una sociedad en crisis no puede encontrar remedios
para lo que ha provocado la crisis. No es este el lugar para enumerar la
características de la Iglesia católica que ha contribuido a engendra los
problemas actuales. Solamente diré con Adolphe Gesché: «No es bueno para el
cristiano estar solo».
¡No son las otras religiones las
que van a salvar la Iglesia! la actitud de acogida es decisiva para su
supervivencia: «Fuera de la Iglesia no hay salvación». Yo diría hoy mejor: «Fuera
del diálogo no hay salvación para la Iglesia». Por otra parte, este diálogo no
se entabla solamente con las otras religiones, se vive con la humanidad y con
todos los que creen, con todos estos ‘signos de los tiempos’ como decía Juan XXIII.
Este diálogo se desarrolla de forma particularmente oportuna entre las
espiritualidades, porque, como hemos visto, en este caso sólo con un gran
acuerdo y un gran estímulo se puede realizar. Este diálogo me parece
emblemático para el encuentro de una humanidad fecunda y creadora del porvenir.
Es decir, la importancia de la contribución de todos lo que se comprometen un
una búsqueda espiritual en diálogo.
Pierre-François de Béthune OSB
Monastère Saint-André de
Clerlande
OTTIGNIES-Louvain-la-Neuve
(Bélgica)
Traducción: Rosa María de la Parra OSB