sábado, 30 de julio de 2016

Características del diálogo intra-religioso

1.- DIÁLOGO INTRA-RELIGIOSO

Nace como respuesta a una llamada de Dios.
         No surge del capricho personal sino de una aspiración profunda a la que respondemos. Es por tanto un acto de fe.
         Esta llamada de Dios puede ser favorecida por algunas circunstancias de la vida: amistades, situaciones interculturales, matrimonios mixtos, estancias en el extranjero, la práctica de la meditación silenciosa, una experiencia de no-dualidad, el encuentro con maestro espiritual, el arte, los lugares sagrados, las peregrinaciones…
         Después del primer sí es necesario revisar constantemente nuestra motivación, que debemos purificar de cualquier búsqueda de provecho inmediato, incluso el espiritual.

Exige un arraigo en la propia tradición y una madurez espiritual.
         Con carácter general todos necesitamos disponer de profundas raíces para desarrollarnos y crecer, ya que por ellas recibimos el alimento, la identidad, la seguridad. Las religiones son terrenos ya arados que nos aportan una identidad, un soporte, un alimento espiritual.
         Para cruzar a la otra orilla necesitamos construir un puente y tenemos que asegurarnos de que el puntal del que partimos esté bien arraigado en la roca, de otra forma será frágil, se moverá, y sentiremos vértigo al avanzar. 
         La roca de donde partimos es una verdadera experiencia de fe nutrida en la oración, además de un buen conocimiento intelectual de la propia tradición.
         La prueba de la madurez requerida es la humildad, tanto en la relación interpersonal como en las exposiciones doctrinales. Una humildad que nos equilibra y nos ayuda a reconocer los límites de las formulaciones doctrinales a la vez que su importancia como transmisoras de verdad.
         Este arraigo y humildad, fundamentados en una verdad vivida y experimentada en la oración, nos permite salir sin miedo a que se desnaturalice la propia fe y es fuente de libertad y audacia.
         Thomas Merton aconseja: «Este diálogo contemplativo debe estar reservado para los que han sido seriamente formados con años de silencio y una paciente iniciación en la meditación».
         No obstante, no es necesario esperar a que nuestra identidad esté totalmente establecida para comenzar el intercambio interreligioso. La identidad no es un don inmutable, se forja en el movimiento.


        ¿Cómo unir la adhesión exclusiva a Cristo y la acogida incondicional en su nombre? La “madurez” es comprender que Cristo no es un límite para el diálogo interreligioso sino el umbral (J. Melloni). 
         El seguimiento de Jesús desactiva todo impedimento que podamos objetar al encuentro interreligioso. 
           Cristo está en todo acto de donación. El vaciamiento por amor es el criterio de discernimiento de cualquier actitud religiosa, más allá del credo que la configure. Donde hay vaciamiento se está revelando lo crístico. 
         El Dios que nos transmite Jesús es siempre mayor que las imágenes que nos hacemos de él].    

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