viernes, 20 de marzo de 2015

Diálogo interreligioso, P. Pierre Francoise de Béthune OSB



El diálogo interreligioso,
camino de transformación interior  
Condiciones y Riesgos


Creo que para describir una experiencia será una buena introducción esta presentación.
He tenido la oportunidad de residir, solamente por unos días, en Benarés. He recorrido las calles de la ciudad santa, yendo de templo en ashram, y sobre todo descendiendo a los ghats, las grandes escaleras que conducen al Gange. He vivido al lado del Das aswa medh ghat. El último día fui a despedirme del Río, al pie de mi ghat. Pude hablar con un anciano devoto que sabía un poco inglés, le dije cómo admiraba el ambiente religioso tan intenso. Me preguntó qué esperaba para descender al agua, le respondí que me habían aconsejado mucho no bañarme en un agua tan sucia… Ante su rostro tan sorprendido, comprendí que debía ser muy estúpido para no acoger esta oportunidad que se me ofrecía. Me quité la ropa y me sumergí hasta el cuello en el Río, llevado por la corriente me volví hacia la fuente y juntando las manos recé.
Pienso que es esta es la experiencia del diálogo intrareligioso: desnudarse, sumergirse en el Río sagrado del hinduismo, rezar ante la Fuente de donde manan todas las gracias espirituales. No me cansé de mirar con simpatía, de admirar y de tratar de comprender; acepté, en nombre de mi fe, acoger totalmente al otro, estar sumergido en otra tradición espiritual, penetrado por su fascinación, entonces ocurrió algo nuevo. Viví una conversión, no un paso de una religión a otra, sino una nueva comprensión de mi propia tradición religiosa.
Pero, antes de ir más lejos y de ver cuáles son las condiciones y los riesgos de este camino de encuentro, quiero precisar más esta experiencia.


I. Un encuentro que nos transforma

Hay varias expresiones para decir qué es este diálogo. Anoto cinco.
Existe primero (1) la expresión ‘diálogo intrareligioso’. La palabra puede parecer ambigua. Puede significar el diálogo que se vive en el ’interior’ de una confesión religiosa, pero en este caso sería mejor hablar de diálogo ecuménico. La otra acepción es de Raimon Panikkar en el contexto interreligioso: «El verdadero encuentro entre las religiones es en sí mismo religioso, transcurre en el corazón de la persona en búsqueda de su propio camino. Es entonces cuando se realiza el diálogo intra-religioso. (...) El diálogo intra-religioso es un diálogo interior en el que se lucha con el ángel y consigo mismo. (...) El diálogo intra-religioso es, por su misma naturaleza, un acto de asimilación – que yo llamaría eucarístico.»[1]
Para evitar ambigüedades del término se habla fácilmente (2) de ‘diálogo de experiencia religiosa’ «en el que las personas enraizadas en su propia tradición religiosa comparten sus riquezas espirituales, por ejemplo, en lo que se refiere a la oración y a la contemplación, a la fe y a los caminos de búsqueda de Dios o del Absoluto». Esta es la expresión que propone el Consejo Pontificio parar el Diálogo Interreligioso en su documento ‘Diálogo y Anuncio’[2].
Podría decirse también que esta experiencia realiza el diálogo en su sentido más pleno: es (3) ‘una palabra atravesada’, según una posible etimología de la palabra ‘dia-logos’; es una palabra de fe que se deja tocar y alterar por otra palabra, se convierte así en una palabra hospitalaria.
Se propuso también (4) la expresión ‘diálogo del silencio’[3]. Efectivamente, se trata de una complicidad tácita respecto a lo inefable. Esta expresión paradójica expresa bien la naturaleza de esta experiencia. Ciertamente que, en algún nivel, un diálogo explícito es necesario et incluso indispensable. Pero, se trata de realidades espirituales, este diálogo está condenado a no hablar más que verdades penúltimas; las palabras se detienen en el umbral de lo indecible, por tanto es lo esencial. En cuanto al ‘diálogo del silencio’ va más lejos, con mucha más humildad. Una imagen expresa bien este proceso de encuentro. Con frecuencia se ha propuesto la imagen de la montaña que los fieles de distintas religiones escalan para encontrarse en la cima. Pero esta imagen es falsa. Propongo otra imagen de escalada a un volcán en actividad. A los fieles de distintas religiones les atrae esta cima, llegando a lo más alto descubren el cráter de fuego que les fascina pero les mantienen separados. El diálogo intrarreligioso es esta fascinación común, una comunión en una búsqueda infinita. Lo que nos reúne es lo que nos sobrepasa.
Se debería hablar también de (5) oración interreligiosa como se vivió en Asís el 27 de octubre, cuando todos los participantes estaban efectivamente unidos en una oración común, más allá de las variadas formulaciones. Cierto que no se pretendió que se tratara de oraciones yuxtapuestas, ¡porque no estaban! «Eran orante con orantes», como los Hnos. de Tibhirine, es la forma más fuerte de comunión interreligiosa. Pero será necesario precisar más todavía en qué condiciones se practica.

Para poder abordar las exigencias del diálogo a este nivel, deben ser recodadas otras dos de sus características.
No hay que olvidar nunca que el diálogo intrareligioso es en primer lugar un diálogo interreligioso. Está situado, forma parte de una completa experiencia espiritual y siempre encarnado en un contexto sociocultural, incluso político, en Asia los protagonistas del diálogo nos lo han dado a entender bien. Para fomentarlo es necesario otras formas de diálogo, diálogo de vida, de obras y de intercambios explícitos.
La reciprocidad es igualmente verdadera: sin el diálogo de experiencia espiritual en el horizonte las otras formas correrían el riesgo de faltarles vida. La misión del diálogo interreligioso no es una botella que se tira al mar. Gracias a los testimonios de los que han descubierto esta complicidad misteriosa entre las diferentes espiritualidades, las personas que se han comprometido en una colaboración multireligiosa por la justicia y la paz o en un riguroso intercambio en lo que se refiere a doctrina y prácticas de otras religiones, saben que en definitiva todas las religiones son de alguna manera compatibles. A un nivel que las sobrepasa todas pueden comunicar y realizar una secreta comunión. El diálogo de la experiencia espiritual es la piedra angular del diálogo interreligioso. Si no es posible encontrarse verdaderamente a este nivel, todo el edificio del encuentro de las religiones sería inconsistente incluso condenado a la ruina.


II. Condiciones para comprometerse

Para enfocar una acogida interreligiosa en el hogar de nuestra vida espiritual, conviene verificar si estamos bien preparados.
Particularmente veo dos condiciones previas.
Primero (1) nuestro enraizamiento en nuestra tradición. Thomas Merton nos recuerda: «Este diálogo contemplativo debe estar reservado para los que han sido seriamente formados con años de silencio y una paciente iniciación en la meditación»[4]. Para que la experiencia del encuentro de fruto, debe ser vivida por personas que han alcanzado una madurez espiritual real y, en consecuencia, una libertad espiritual. Para construir un puente hay que asegurarse que el puntal de este lado del río esté bien fundamentado en la roca, de otra forma no se alcanzará nunca la otra orilla.
Por otro lado esta formación debe ser igualmente intelectual, teológica. Merton también dice: «Añadiría que [este diálogo] debe estar reservado a los que han abrazado de forma totalmente seria su propia tradición (monástica) y tienen un auténtico contacto con la historia de su comunidad». Una ‘fe de carbonero’ seguramente es respetable, pero no es suficiente para los que quieren encontrarse con otra tradición, con el peligro de confundirlo todo.
En segundo lugar, para que el diálogo sea intrarreligioso, es necesario que la interpelación recibida de la otra tradición haya efectivamente tocado el corazón de los interlocutores. Es la segunda condición. Un conocimiento objetico benévolo no puede aún alcanzar el fondo de la persona. Se han visto grandes conocedores de otra religión que han frecuentado durante años los grandes maestros de otras religiones sin que eso haya cambiado su vida. Ahora bien, tampoco hay que temer que la acogida concreta de otra espiritualidad no desestabilice al que se arriesga o ponga en cuestión muchas de sus convicciones. Como se verá a continuación, en este caso una nueva dinámica espiritual puede tomar lugar. Ya podremos comprobar que si los interlocutores están bien formados, es muy fecunda.
Por otra parte, así como esta formación exige una información particular en lo que concierne a nuestra propia tradición, igualmente es indispensable un conocimiento objetivo de la otra tradición. El buen sentido exige asegurarse primero que los testigos de la otra tradición sean válidos, para no correr el peligro de perderse en una secta. El deseo de conocer bien la tradición encontrada esta dictada sobre todo por el respeto y la integridad intelectual. ¿Qué pensaríamos de un amigo budista que pretendiera conocer y respetar el cristianismo, pero que nunca hubiera leído un evangelio? ¿Hay muchos cristianos que haya leído el Dhammapada, la Bhagavad Gita o el Corán?

En resumen, estas condiciones son las de la hospitalidad: para acoger a un huésped hay que asegurarse de que tenemos una casa estable para recibirlo. A continuación, respetar bien a nuestro huésped quiere decir que le respetemos por lo que es, otro, y no querer hacerlo nuestro. Finalmente, como todas las tradiciones de hospitalidad intuyen, es necesario acordarnos que el huésped es también un mensajero de Dios, y preguntarnos qué quiere decirnos de Su parte.
Entonces podremos realizar un verdadero diálogo ‘de la fe a la fe’, es decir, desde nuestra vida de fe, con la esperanza de reencontrar la fe de nuestro interlocutor. Más concretamente aún, diría que podemos realizar un diálogo ‘de fidelidad a la fidelidad’.


III. Tres etapas de encuentro

El camino del diálogo interreligioso no es un recorrido para realizar de una vez por todas. Cada encuentro es una nueva historia. Sin embargo pueden destacarse algunos jalones de este proceso recurrente. Es necesario haberlo recorrido una vez para tener la experiencia completa del diálogo interreligioso.


1. Empobrecimiento

La primera experiencia que descubre el que se expone con sinceridad en este diálogo es una pérdida de pistas y un cierto desconcierto. Generalmente esperamos un encuentro que nos enriquezca ofreciendo explicaciones y seguridades nuevas. Y, de hecho, los intercambios interculturales e interreligiosos nos lo aportan enormemente. Al menos a un cierto nivel, del que nos agrada hablar. El exotismo fascina siempre. Pero a nivel más profundo, el de nuestras fidelidades, los encuentros engendran igualmente graves cuestiones. Tomamos conciencia de que nuestras tradiciones se han enriquecido mucho pero se han hecho cada vez más complejas a lo largo de los siglos por su defensa e ilustración. Han tenido también una tendencia a segregar un caparazón de protección para defender su identidad y excluir con antelación la discusión. Ahora bien, estas riquezas y estas convicciones se revelan a menudo menos evidentes y menos esenciales cuando descubrimos que las otras tradiciones las han desarrollado igualmente.
El encuentro interreligioso en profundidad acaba necesariamente en una relativización de nuestras tradiciones. Lo que tampoco debe conducir al relativismo, – que es una ideología–, la experiencia espiritual está a otro nivel. Este encuentro opera en todo caso una limpieza, e incluso un cierto despojamiento de nuestras certezas. Cuando nos dejamos sumergir en el universo espiritual de otras religiones puede que nos veamos desamparados, despojados y más vulnerables. Pero esta situación donde hemos sido colocados a pesar de dar cuenta de nuestra fe más fundamental, es una ocasión para desarrollar una confianza más perdida. Sí, se revela un cierto desconcierto se manifiesta una condición particularmente propicia para vivir la acogida del otro en nombre de nuestra, fe, pues se pone nuestro corazón desnudo y devuelve una nueva forma de humildad. Descubrimos que no es un intercambio de nuestras riquezas doctrinales, culturales y espirituales cuando realizamos la comunión de corazones, sino compartiendo nuestras pobrezas, nuestros cuestionamientos.
Finalmente parece que esta pobreza así vivida es en realidad, una bienaventuranza evangélica. La práctica del diálogo intrareligioso puede ser también un camino de conversión evangélica.


2. Transformación

Cuando ha tocado el corazón, porque está desnudo, puede estar también transformado. Los que excluyen a priori toda posibilidad de cambio a lo largo de un encuentro, lo reducen a un intercambio de cortesía. Pues sabemos bien que la cogida de la alteridad altera. No se sale indemne de un verdadero encuentro.
Todavía hay que asegurarse de que tenemos la madurez espiritual suficiente para exponerse a este cambio. La confrontación con una fe religiosa venida de otra parte es de alguna manera una prueba de fuego. Hay algunos intercambios que desfiguran y desnaturalizan – el leño expuesto al fuego pronto se reduce a ceniza, – pero en otros casos la experiencia es totalmente positiva, y la transformación manifiesta incluso nuestra verdadera naturaleza y posibilidades todavía insospechables. Para ilustrar esto, me gustaría evocar la parábola del alfarero. Colabora con el fuego. Su parte de trabajo consiste en modelar un vaso, un tazón, un botijo. Para ello escoge tierra y le da una bella forma. Deja secar el modelado, después lo mete al horno, delicadamente, porque está todavía frágil. La pieza que sale del horno, después de cocerla, es la misma que la que había puesto, pero ¡no es la misma! Tiene la misma forma no ha añadido un gramo de tierra, pero es totalmente otra.: en lo sucesivo es más sólida, ha adquirido un nuevo color e incluso se ha hecho sonora. El fuego le ha dado todas estas posibilidades al trabajo del alfarero.
Esto se verifica en todo encuentro interpersonal sincero. Exponiéndonos a una cierta radiación de otra persona, descubrimos que somos transformados. Si las circunstancias de este encuentro son buenas, la presencia del huésped es una gracia, San Benito pide en su Regla que se laven los pies a los huéspedes que están de paso, se canta el versículo del salmo: «Acogemos tu amor en medio de tu templo». La acogida no es sólo un servicio, es sobre todo una oportunidad de renovación. El encuentro interreligioso es un ejemplo notable de una transformación que puede manifestar posibilidades insospechadas de nuestra propia tradición.


3. Unificación

         En una tercera etapa el proceso del encuentro vuelve al peregrino a su casa y le permite reencontrar una nueva unidad interior.
El primer encuentro con otra tradición había provocado una conmoción, a veces incluso cierto desconcierto. La nueva tradición, por la que a veces descubría una cierta fascinación, le hacía sentirse mal con su propia tradición. Para algunos, como para el padre Oshida en 1943, este descubrimiento le conducía a una conversión que implicaba incluso el rechazo de su propia pertenencia original al budismo. Todavía hoy somos testigos de estas conversiones, cuando los cristianos descubren el budismo o vice versa. En nosotros verificamos que en tales casos generalmente no hay lugar para situar un diálogo interreligioso; la convicción es exclusiva; no queda más que un monólogo. Y a menudo, también somos testigos, de que llega el momento de una reconciliación. Con el desarrollo de la madurez espiritual, gracias precisamente a la religión nuevamente acogida, la actitud exclusiva se manifiesta limitada y estéril. El verdadero diálogo puede entonces comenzar, cuando se ha reencontrado con sus raíces espirituales, antes alejadas. Como decía el padre Oshida, más tarde: «Soy un budista que ha encontrado a Cristo».
La senda del diálogo favorece también una unificación de toda la persona. Esta unificación es dinámica, no es una síntesis, un estadio final del encuentro donde el movimiento podría pararse. No se trata pues de la creación de una nueva espiritualidad híbrida, que escogería sus elementos de aquí y allá. Ese fue el caso, sobre todo en los primeros descubrimientos de Oriente y occidentales. Pienso aquí en la ‘teosofía’. Pero eso no tiene gran cosa que ver con el diálogo intrareligioso. Algunos cristianos que no ha realizado la experiencia de un diálogo en profundidad, temen todavía hoy que esto acabe en un sincretismo, y desacreditan todo diálogo que sea un poco comprometido. Pero, poco a poco el discernimiento se hace gracias a personas como los padres Oshida y Amaladoss, o Claire Ly. Con ocasión de los anteriores ‘Asís’ esta cuestión de la ‘doble pertenencia’ ha sido estudiada más extensamente.


III. Pistas del diálogo intrareligioso

Todos reconocen hoy la importancia e incluso la necesidad del diálogo interreligioso para la paz del mundo. El diálogo de la vida cotidiana, de las obras comunes y de los teólogos es indispensable para el porvenir del mundo.
En cuanto al encuentro a nivel más profundo – tanto interreligioso como interconviccional – es indispensable para el porvenir de las religiones. Para afrontar las cuestiones que el mundo actual plantea, que manifiesta el vacío de las iglesias y de los templos, las religiones no pueden encontrar respuestas en una sola tradición. En esta fase una actitud autorreferencial es estéril. Una sociedad en crisis no puede encontrar remedios para lo que ha provocado la crisis. No es este el lugar para enumerar la características de la Iglesia católica que ha contribuido a engendra los problemas actuales. Solamente diré con Adolphe Gesché: «No es bueno para el cristiano estar solo».
¡No son las otras religiones las que van a salvar la Iglesia! la actitud de acogida es decisiva para su supervivencia: «Fuera de la Iglesia no hay salvación». Yo diría hoy mejor: «Fuera del diálogo no hay salvación para la Iglesia». Por otra parte, este diálogo no se entabla solamente con las otras religiones, se vive con la humanidad y con todos los que creen, con todos estos ‘signos de los tiempos’ como decía Juan XXIII. Este diálogo se desarrolla de forma particularmente oportuna entre las espiritualidades, porque, como hemos visto, en este caso sólo con un gran acuerdo y un gran estímulo se puede realizar. Este diálogo me parece emblemático para el encuentro de una humanidad fecunda y creadora del porvenir. Es decir, la importancia de la contribución de todos lo que se comprometen un una búsqueda espiritual en diálogo.
Pierre-François de Béthune OSB
Monastère Saint-André de Clerlande
OTTIGNIES-Louvain-la-Neuve
(Bélgica)

Traducción: Rosa María de la Parra OSB



[1] Panikkar, Raimon. Le dialogue intrareligieux. Paris : Aubier, 1985, p. 8-10
[2] Bulletin N° 77 du CPDI (1991)
[3] Susan Walker (Ed.). Speaking of Silence. New York: Paulist Press, 1987.
[4] Merton, Thomas. Journal d’Asie. Paris : Critérion, 1990, p.263.

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