martes, 25 de octubre de 2016


Está estrechamente vinculado con la escucha.
         Podemos preguntarnos y ¿qué hacemos en el vacío? La respuesta es escuchar, escuchar nítidamente la voz del Otro, de los otros y de nosotros mismos, que es esencial en cualquier diálogo y mucho más en el inter-religioso en el que las partes somos tan diferentes. Para ello necesitamos cierto silencio tanto interior como exterior.
         La auténtica búsqueda nos conduce hacia el sonido del Absoluto venga desde donde venga, y nos aleja del ruido de nuestro propio ego y del mundo.
         La escucha está muy relacionada con el cerebro profundo, con la intuición, la contemplación. En cambio el hablar es más cortical, más superficial.  
         La escucha es una actitud esencial en todas las religiones:
                   *“Escucha, hijo, los preceptos del Maestro, e inclina el oído de tu corazón”, le dice San Benito al que se acerca al monacato.
                   *“Shema Israel”, escucha Israel (Escucha Israel, el Señor nuestro Dios es uno).
                   *El almuecín canta varias veces al día el “adhan” (que deriva de dn:oir), la llamada a la oración, para convocar a los fieles musulmanes.
          Tenemos que ser conscientes de que en el diálogo interreligioso no estamos escuchando cualquier palabra, es una Palabra que, como mínimo, ha conducido a millones de seres humanos y durante cientos de años hacia Dios, la Verdad, la plenificación. Es una Palabra que ha producido seres humanos extraordinarios, santos, y que tenemos la dicha de poder oír, quizás por primera vez, gracias a nuestro interlocutor.

Necesita una atención vigilante y una consciencia lúcida.
         Los primeros monjes cristianos ya se dieron cuenta de que oír y escuchar no eran procesos sinónimos, la diferencia se encontraba en la atención, que era un gran foco con el que podían iluminar los fenómenos de la realidad. En la medida en que se hallasen más despiertos y conscientes estarían más capacitados para comprometerse con la vida que Dios les regalaba.
         La atención y la consciencia son dos elementos esenciales para el conocimiento en general y mucho más cuando se trata de algo tan novedoso como puede resultar otra religión. Necesitamos una atención potente, una mente ecuánime y una consciencia libre de prejuicios para poder comprender otros principios.  
         Nuestro pensamiento, la consciencia, siempre rebusca en el baúl de la memoria alguna imagen con la que comparar la realidad para entenderla, por lo que tenemos que permanecer vigilantes para no desvirtuar su novedad y diferencia y llevarlos a nuestro terreno. Son grandes las diferencias y las dificultades de entendimiento entre el universo racional occidental y el conocimiento espontaneo y directo oriental, por lo que necesitamos cultivar mucho la consciencia.        

         Resulta muy relevante que todas las religiones coinciden en la importancia que otorgan a la atención. Para las tradiciones orientales es casi la quintaesencia, pero también es fundamental para los cristianos, judíos y musulmanes. Si bien los fines son diferentes, el instrumento es el mismo y en su estudio y desarrollo podríamos converger los fieles de las religiones del mundo. ¿Y si la atención se convirtiera en el nexo de unión de las grandes tradiciones religiosas y filosóficas mundiales?

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