martes, 23 de agosto de 2016

Características del diálogo intra-religioso



Precisa hacer espacio.
         Es muy conocida la historia zen del maestro que llena la taza del té de su ilustre visitante hasta derramarlo por la mesa, y ante la queja de este: “¿Acaso no ve que la taza está repleta y que no cabe nada más?”, el maestro contesta: “Por supuesto que lo veo, y de la misma manera advierto que no puedo enseñarle nada, su mente ya está también saturada”.
         El primer movimiento para el “encuentro” es el de hacer espacio al Otro y a los otros. En este sentido resulta muy ilustrativa la imagen de la creación de la Cábala judía. El universo nace cuando Dios se retrae para que podamos existir; ya que de otra manera su plenitud absoluta ahogaría toda diferenciación. El espacio en el que existimos es el hueco dejado por la divinidad: “Dios se halla omnipresente en la medida en que se ha hecho nada”.
         El encuentro intra-religioso solo puede nacer en el espacio vacío que hacemos en nuestro interior mediante el anonadamiento, el vaciamiento de la propia voluntad para acoger la voluntad Divina, es una Kénosis (kenóo=vaciar).
         Un modelo lo tenemos en Cristo que siendo en forma de Dios, no consideró ello como algo a que aferrarse; sino que vaciándose (ekénosen) a sí mismo, tomó forma de siervo... (Flp 2,6-7).
         Es muy importante para el encuentro con las religiones la paradoja de que la identidad de Dios no se diluye en la medida que acoge la naturaleza humana; al contrario al aceptar el despojamiento, la vacuidad, ha manifestado su amor y ha sido proclamado el Señor.
         Juan Bautista también lo vive intensamente y manifiesta: “Es necesario que Él crezca y yo disminuya” (Jn 3,30).

         Ambas intuiciones se pueden trasladar al diálogo intra-religioso, que no solo precisa el “vacío” sino que también lo produce y, en ese sentido, es fuente de gracia. 

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