Precisa hacer
espacio.
Es muy conocida la historia zen del
maestro que llena la taza del té de su ilustre visitante hasta derramarlo por
la mesa, y ante la queja de este: “¿Acaso no ve que la taza está repleta y que no cabe nada
más?”, el maestro contesta: “Por supuesto que lo veo, y de la misma manera
advierto que no puedo enseñarle nada, su mente ya está también saturada”.
El primer movimiento para el “encuentro” es el de hacer espacio al Otro
y a los otros. En este sentido resulta muy ilustrativa la imagen de la creación
de la Cábala judía. El universo nace cuando Dios se retrae para que podamos
existir; ya que de otra manera su plenitud absoluta ahogaría toda
diferenciación. El espacio en el que existimos es el hueco dejado por la
divinidad: “Dios se halla omnipresente en la medida en que se ha hecho
nada”.
El encuentro intra-religioso solo puede
nacer en el espacio vacío que hacemos en nuestro interior mediante el anonadamiento,
el vaciamiento de la propia voluntad para acoger la voluntad Divina, es una Kénosis
(kenóo=vaciar).
Un
modelo lo tenemos en Cristo que siendo en forma de Dios, no consideró ello como
algo a que aferrarse; sino que vaciándose (ekénosen) a sí mismo, tomó forma de
siervo... (Flp 2,6-7).
Es
muy importante para el encuentro con las religiones la paradoja de que la
identidad de Dios no se diluye en la medida que acoge la naturaleza humana; al
contrario al aceptar el despojamiento, la vacuidad, ha manifestado su amor y ha
sido proclamado el Señor.
Juan
Bautista también lo vive intensamente y manifiesta: “Es necesario que Él crezca y yo disminuya” (Jn 3,30).
Ambas
intuiciones se pueden trasladar al diálogo intra-religioso, que no solo precisa el “vacío” sino que también lo
produce y, en ese sentido, es fuente de gracia.
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