La raíz
iconoclasta de las tres religiones del Libro
(José Manuel Vidal).-
"Todos los hombres que reproducen la figura humana son imitadores de Dios,
y en tanto que tales, punibles: Dios impondrá como castigo a aquel que haya
creado una imagen la necesidad de insuflarle vida a su imagen; pero eso jamás
será posible". Así reza el 'hadiz' o la
tradición islámica, fuente de la doctrina musulmana, junto al Corán
y a la Sunna (los hechos y dichos del Profeta).
La razón profunda de la prohibición de
pintar imágenes estriba en la creencia musulmana, compartida con las otras dos
religiones del Libro (judaísmo y cristianismo), de que Dios es creador. Para el islam, Dios es el único creador o pintor y,
por lo tanto, y el hecho de que dicho término se le pueda aplicar a un mortal
es una blasfemia. Una de las mayores blasfemias.
De ahí que la tradición establezca que
"el artista será juzgado por esa orgullosa tentativa de imitar al Creador
y condenado por ella en el día del Juicio Final". De hecho, el foco de la reprobación se centra en el artista (y
no tanto en la obra de arte). Es el artista el que aparece como "una
especie de competidor de Dios, al crear algo que tiene vida real o
potencial". Por eso, el hadiz musulmán los considera como "los peores
de los hombres".
Lo que pretende el 'aniconismo', que así se llama la prohibición
islámica de representar imágenes de personas o animales en el arte sacro, es
prevenir la idolatría (adorar a ídolos) y la reducción de categorías eternas e
intangibles, como Dios, a un lenguaje finito y material. Por eso, la tradición
musulmana es especialmente rigurosa en el caso de la representación de Dios y
no tanto del Profeta.
De hecho, la ausencia de imágenes de
Mahoma está profundamente arraigada en la rama suní del Islam. En cambio, entre los chiitas pueden encontrarse numerosos ejemplos de dibujos
e imágenes del Profeta.
De todas formas, en las últimas décadas,
los musulmanes consideran las imágenes de Mahoma publicadas en los medios
occidentales (y, sobre todo, las viñetas irreverentes) como ofensas a su religión y a su Profeta, así como un claro
ejemplo de racismo y de guerra de culturas y religiones. Es decir, un problema
de fondo teológico, relacionado con la libertad religiosa y con la libertad de
expresión.
El islam no es la única religión que
prohíbe las imágenes de Dios. El judaísmo tiene, en este ámbito, una
sensibilidad muy similar. De hecho, la frase de "los ángeles evitan las
casas que contienen una imagen, una campanilla o un perro", atribuida al
Profeta por la tradición, tiene marcadas reminiscencias hebreas.
"No harás escultura ni imagen
alguna"
El monoteísmo abrahámico (del que el Islam
se considera el renuevo y la culminación) plasmado en el judaísmo se encuentran órdenes doctrinales tan
tajantes como éstas: "No harás escultura ni imagen alguna de lo que hay
arriba en el cielo, o aquí abajo en la tierra o en el agua bajo tierra"
(Éxodo, 20, 4); "No te erigirás estatua (Deuteronomio, 16, 22); "Y no
pondréis en vuestra tierra piedra con imágenes para inclinaros ante ella"
(Levítico, 16, 1).
El Antiguo Testamento está plagado de este
tipo de advertencias: "No habrá para ti otros dioses
delante de mí. No te harás ni escultura ni imagen alguna... No te postrarás
ante ellas ni les darás culto, porque yo Yahvéh, tu Dios, soy un Dios
celoso...". (Ex 20, 3-5). A pesar de esta prohibición tan clara,
inmediatamente después de haber prometido cumplir la ley, el pueblo judío se
fabrica un becerro de oro, y lo adora como Dios: "Éste es tu Dios, Israel,
el que te ha sacado de Egipto" (Ex 32,8). Y por este pecado de idolatría
Dios decide destruir al pueblo.
Sólo la intercesión de Moisés consigue que se apiade y le perdone (Ex 32,
1-14). Desde entonces, para los judíos es preferible la muerte por martirio que
adorar una imagen. Y de hecho, la sanción por violar este mandato, tanto en la
Biblia como en el Talmud, es una de las cuatro formas de pena de muerte.
Jesús, imagen viva de Dios
En cambio en el cristianismo, la otra rama
del monoteísmo abrahámico, se pasa al lado contrario y desarrolla una enorme
iconología. La base teológica de esta proliferación de imágenes entre los
cristianos radica en el misterio de la Encarnación.
El cristianismo sostiene que, con la Encarnación, Jesús se convierte en la
imagen viva de Dios. Por lo tanto, representar a Dios bajo apariencia humana ya
no es una blasfemia ni una desacralización.
Al principio, sin embargo, en la Iglesia
naciente también se conserva la prohibición de las imágenes divinas
porque los cristianos heredaron la tradición judía antiicónica.
Las primeras representaciones icónicas cristianas son posteriores a la época de
los apóstoles e no representan directamente a la divinidad, sino motivos
simbólicos como el ancla o el pez. Y las imágenes esculpidas aparecen sólo en
el siglo IV.
De hecho, se producen resistencias a admitir
las imágenes y la controversia contra los enemigos del culto
a las imágenes (la querella iconoclasta) dura del 725 al 842. La
cuestión quedó dirimida en el Concilio de Nicea, que, en el año 787
"justificó el culto de las sagradas imágenes", precisando que
"el honor tributado a la imagen va dirigido a quien está representado en
ella".
En la Edad Media, la Iglesia católica
acepta las imágenes no sólo de Dios y de Cristo, sino también de la Virgen y de
los Santos, mientras la Iglesia ortodoxa se limitó a permitir los iconos
pintados, manteniendo la prohibición de las estatuas. En la Reforma del siglo XVI, los protestantes abandonan
las imágenes, aunque los luteranos mantuvieron la cruz, pero sin crucificado y
sin que puede ser objeto de culto.
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