domingo, 3 de agosto de 2014

LOS HERMANOS SEPARADOS



Del libro "Te ruego que me dispenses", editorial Narcea, Ernestina y Pedro Álvarez

VI
EL EXORCISTA “NO CRISTIANO”: LOS HERMANOS SEPARADOS.
“PARA QUE FORMEMOS EN CRISTO UN SOLO CUERPO Y UN SOLO ESPÍRITU”

 
“Tomando Juan la palabra, dijo: “Maestro, hemos visto a uno que expulsaba demonios en tu nombre, y tratamos de impedírselo, porque no viene con nosotros” Pero Jesús le dijo: “No se lo impidáis, pues el que no está contra vosotros, está por vosotros”” (Lc 9,49-50).

Querido amigo exorcista. ¡Qué poco sabemos de ti!: expulsas demonios en el nombre de Jesús y no eres del grupo de sus discípulos. Apenas unas palabras, pero, ¡qué riqueza de implicaciones, qué fuerza expansiva que las hace perdurar hasta nuestros días!
            Hay que reconocer que tu “actuación” es más bien escasa; se reduce a una presencia ya que son otros los que nos dan noticias de tu existencia: “Hemos visto a uno…”.  Esto, en vez de restarte atractivo, acentúa el misterio al tener que completar tu historia, imaginar tu rostro, mirada, voz, aspecto físico…; ponerte un nombre: “exorcista no cristiano” con el que podamos asociarte, darte una procedencia…, y, lo más importante, indagar en los motivos de tu comportamiento y el de los Doce contigo.
            La “puesta en común” que hace Juan: “Maestro, hemos visto…y tratamos de impedírselo”, nos hace pensar en una íntima y cálida vida en común de Jesús con sus discípulos, en la que cualquier acontecimiento es comentado y constituye una ocasión para la enseñanza. Parece que el Maestro ya hace algún tiempo que tiene presente su inminente partida y desea dejarles su auténtico espíritu.
            En este ambiente podemos pensar que Juan quiere “sacar el tema”, conocer el sentir de Jesús sobre el asunto; bien porque hubiera disparidad de opiniones entre los discípulos o bien porque todos estuvieran muy contentos con la decidida defensa de los derechos de su Maestro y esperaran su reconocimiento. Quizás esta segunda hipótesis sea la más probable y, por ello, la sorpresiva corrección de Jesús fue recordada por las primeras comunidades cristianas  y recogida en los evangelios.
            Amigo exorcista, de la lectura de tu historia me surgen multitud de preguntas. ¿Por qué no te vas con los discípulos? ¿Cómo conoces el poder del nombre de Jesús sin ser de los suyos? ¿Seguiste con tu misión o la abandonaste después del incidente? ¿Cuáles son tus creencias? ¿Por qué se comportan así los Doce contigo?...  Pero lo más importante es que provocas esa esperanzadora y gozosa sentencia de Jesús: “El que no está contra vosotros, está por vosotros”.
            Te imagino viviendo sencillamente en una pequeña aldea de Galilea, muy interesado en la búsqueda espiritual. Probablemente algún vecino te hablara de las enseñanzas del joven Maestro judío que recorría la región y algo se despertó en tu interior y fue como escuchar, en sus palabras, lo que el corazón llevaba tiempo esperando. Adivino tu  júbilo al ver pasar a sus discípulos cerca de ti y el esfuerzo por hacerlos partícipes de tus progresos en la lucha contra el mal.
            Hasta aquí tendríamos un bello y emocionante relato sobre la libertad del Espíritu de manifestarse donde alguien lo acoge rompiendo todas las barreras existentes. Pero me llena de inquietud pensar qué sentirías cuando los amigos de Jesús, del que tanto esperabas, intentaron impedirte seguir trabajando por el Reino de Dios. Tu decepción tuvo que ser tremenda, un mazazo, tanto más cuanto que, sin conocer personalmente al Maestro, la única imagen que tenías de él, eran sus seguidores.
            Aunque no parece, no sabremos nunca si alguno de los Doce te buscó después de la corrección de Jesús para abrazarte como hermano y confirmarte en tu misión. Aún así, abrigo una gran confianza en tu fortaleza, en que seguiste con tu vocación, ya que la expresión utilizada por Juan: “tratamos de impedírselo”, indica que no lo consiguieron del todo y que continuaste con tu servicio en solitario, desilusionado de los hombres, pero firme en la lucha contra el mal. 
            Quizás te sirva de alivio saber que no eres el primero ni serás el último que ha sufrido a causa de la intolerancia religiosa. Esta misma actitud pudo ser trágica para todo un pueblo. Poco después de pasar por tu vida, Santiago y Juan, de camino por Samaria, se muestran, incluso, más fanáticos, en una situación con rasgos comunes a la tuya. “Sucedió que como se iban cumpliendo los días de su asunción, él se afirmó en su voluntad de ir a Jerusalén, y envió mensajeros delante de él, que fueron y entraron en un pueblo de samaritanos para prepararle posada; pero no le recibieron porque tenía intención de ir a Jerusalén. Al verlo sus discípulos Santiago y Juan, dijeron: “Señor, ¿quieres que digamos que baje fuego del cielo y los consuma?” Pero volviéndose, les reprendió; y se fueron a otro pueblo” (Lc 9, 51-56).

Tampoco tienes que pensar que son los Doce los únicos que se muestran así de sectarios. Una conducta similar la encontramos en muchos hombres y mujeres “religiosos” de todas las épocas y lugares. Un buen ejemplo, referido a los fariseos, lo tenemos en el relato de la curación del “Hombre de la mano seca” que presenta claves interpretativas afines a tu caso. “Sucedió que entró Jesús otro sábado en la sinagoga y se puso a enseñar. Había allí un hombre que tenía la mano derecha seca. Estaban al acecho los escribas y fariseos por si curaba en sábado, para encontrar de qué acusarle. Pero él, conociendo sus pensamientos, dijo al hombre que tenía la mano seca: “Levántate y ponte ahí en medio” Él, levantándose, se puso allí. Entonces Jesús les dijo: “Yo os pregunto si en sábado es lícito hacer el bien en vez de hacer el mal, salvar una vida en vez de destruirla” Y mirando a todos ellos, les dijo: “Extiende tu mano.” Él lo hizo, y quedó restablecida su mano. Ellos se ofuscaron, y deliberaban entre sí qué hacer a Jesús” (Lc 6, 6-11).
            Me gustaría que reflexionáramos sobre las causas de estas tres actuaciones que hemos recogido. ¿Por qué los discípulos te prohíben expulsar demonios y quieren hacer bajar fuego del cielo? ¿Por qué los fariseos no quieren que nadie cure en sábado?
            Hay que desechar que se trate de un mero capricho o exabrupto, o que haya una mala voluntad expresa, pues no lo mantienen oculto y en cuanto pueden se lo comentan al Maestro. Lo que parece claro es que, bajo el aspecto de un buen celo, se pueden esconder un gran cúmulo de ruindades: el temor mezquino a la competencia, el sentido de propiedad sobre el espíritu y el bien, los derechos adquiridos del grupo, una concepción de la autoridad como monopolio exclusivo y excluyente, la intolerancia que sólo reconoce a los que se “inscriben oficialmente” en el grupo...

LOS DERECHOS DE DIOS: LA REVELACIÓN, LA ELECCIÓN


Todas estas actuaciones “inhumanas”, si me permites la expresión, parece que se justifican en la defensa de los “derechos de Dios”. ¡Ay, los derechos de Dios! ¡Cuántos crímenes, frustraciones, sufrimiento, angustia, hemos causado defendiendo a Dios! Jesús se lo advierte a sus discípulos: “E incluso llegará la hora en que todo el que os mate piense que da culto a Dios” (Jn 16,2). Y nosotros tampoco nos quedamos atrás... Pero únicamente lo vemos claro cuando es la defensa de “otros dioses” lo que provoca las barbaries y la vulneración de los derechos humanos.
            Cuando el pensamiento se vincula a Dios, ideologías, modelos globales..., parece como si perdiéramos la “inteligencia”, la conexión con nuestro sentir, con lo que más auténticamente somos. El pensamiento racional se convierte en un “tirano” al que hay que obedecer “a ciegas” y que se encuentra, además, fuera de nuestra existencia y control. Las ideologías, sin la vigilancia del ser, pueden ser alienantes, peligrosas y crueles. 
            Es seguro de que si los discípulos hubieran, por un instante, conectado con su sentir, no se hubieran comportado así. Pero, en esos momentos, el razonamiento unilateral, debido a su posible referencia a Dios, al absoluto, era el dueño total de ellos.
            Te preguntarás: ¿por qué esa desconexión, dictadura del pensamiento? Detrás de la defensa de los “derechos de Dios” late una imagen distorsionada del Padre, que es la que provoca el corte entre nuestra reflexión y nuestro ser: “Y esto lo harán (matar pensando dar gloria a Dios) porque no han conocido ni al Padre ni a mí” (Jn 16,3).
            Se trata del Dios con el que hay que “ir con cuidado” para no equivocarse, andar con “pies de plomo” porque al menor descuido nos perdemos y nos retira su favor... Con ese Dios es muy importante no fallar, siempre hay que obedecerlo, defender sus derechos absolutos, porque nos jugamos la vida y la salvación...  
            Estas mismas imágenes de un Dios autoritario provocaron, también, el considerar la “revelación” como libre dictado de Dios a los hombres, fuera de la racionalidad, historia, cultura, de cada uno de nosotros. Se trata de una verdad que se encuentra fuera de nuestro ámbito y que hay que seguir “a ciegas”.
            Estas representaciones nunca han sido cristianas porque parten de un Padre dictatorial que no es el que Jesús nos mostró. La revelación más que un dictado se asemeja a un “caer en la cuenta”, un descubrimiento. Si bien la encontramos, generalmente, porque alguien nos la anuncia, sólo la aceptamos porque comprobamos que es la respuesta justa.
            Lo que te será y me es más difícil de entender, amigo exorcista, es cómo Juan, Pedro, Santiago... podían, todavía, mantener esa imagen del Padre. Jesús les mostraba cotidianamente que Dios era “papá”, que sus “derechos” eran y son la vida plena del hombre, nuestra felicidad; que nadie se equivoca con Dios, ya que él sale continuamente al encuentro; que su única gloria es que seamos dichosos...

Lo que sucede, tanto a ellos como a nosotros, es que los conceptos en los que hemos sido educados se mantienen en el nivel subconsciente y, aún siendo la causa de nuestras actuaciones, no nos percatamos de ellos.
            Una vez que hemos desenredado una pequeña madeja, nos falta por aclarar otro llamativo elemento de la actuación de los Doce: el elemento de fuerza, coercitivo. ¿De dónde les viene el poder con el que actúan? Si somos todos hermanos e hijos del mismo Padre, ¿por qué ellos pueden prohibir hacer el bien? ¿No dice Jesús que a nadie llamemos maestro porque uno sólo es nuestro Maestro?[1]
            La palabra clave que nos puede ayudar a comprender este asunto es: “elección”. ¡Elección, cuántos problemas has ocasionado!, ¡cuánta violencia y dominación por tu culpa!, ¡cuántos rodeos para intentar salvar tu razón de ser!, ¡cuánta rebeldía, odio,  indignación produces!...
            En este tema, ya no son los Doce los únicos que tienen que dar explicaciones, sino también Dios tiene que aclararnos su forma de actuar. ¿Por qué elige a unos y no a otros, por ejemplo a ti? ¿Por qué sólo a un pueblo? ¿Puede un Padre privilegiar a un hijo sobre el resto?
            Para ser justos con los discípulos, hay que reconocer que ellos tienen una doble dificultad en considerar a todos los hombres iguales: además de saberse hijos del “pueblo elegido”, son seguidores de un joven Maestro que posee el poder de Dios y que también los ha “elegido” para la importante misión de anunciar la venida del Reino. Quizás en un equivocado entendimiento de la “elección” radique su actuar coercitivo y excluyente. 
            A primera vista, parece que la existencia de un “pueblo”, de unos “discípulos preferidos”, de un “don personal”, nos remite a otros pueblos que no lo son y a otras personas que no lo tienen, con lo que conlleva de aparente discriminación por parte de Dios, es origen de dominación de unas personas sobre otras, y se opone al Padre que es amor[2] y que quiere que todos los hombres se salven[3].
            Pero esta forma de entender los dones tiene como único punto de vista nuestros egos, nuestra tendencia a compararnos, competir... y no tiene en cuenta la evolución, el crecimiento de la humanidad en su globalidad. La única manera de extender el Reino, una enseñanza, una conquista, un descubrimiento..., es a través de personas, pueblos concretos, que, gracias a una especial capacidad para captar el misterio de Dios, de la naturaleza, de la ciencia, tiren de la humanidad.
            Seguro que, por tu experiencia vital, coincidirías conmigo en imaginar a Dios como una inmensa y potentísima antena emisora de radio, -si en tu tiempo Marconi ya la hubiera inventado-, que constantemente emite ondas en todas las direcciones. Dios “presiona” nuestra conciencia para emerger en ella. Pero los hombres, por naturaleza, tenemos diferentes capacidades, sensibilidades, que hacen que unos conecten y capten mejor que otros esa melodía. Aquí no hay una discriminación divina; Dios sigue emitiendo y esperando que todos sintonicemos con la frecuencia adecuada, para lo cual “utiliza” a estos líderes. Cuando una persona, un pueblo, da un paso en el conocimiento de Dios, es la humanidad entera, el cosmos, el que conquista ese nuevo estadio.
            Quizás sea esta forma de evolucionar a saltos, en flecha, por individuos que “tiran del carro”, la mejor forma de diferenciar las experiencias reales que conectan con el Absoluto de las que son meras fantasías personales. Éstas últimas finalizan con el individuo que las crea, las otras, al ser universales, pasan a formar parte de nuestra herencia biológica, como bien entendió Gamaliel: “Entonces un fariseo llamado Gamaliel, doctor de la Ley, con prestigio ante todo el pueblo, se levantó en el Sanedrín. Mandó que se hiciera salir un momento a aquellos hombres (los Apóstoles). “Israelitas, mirad bien lo que vais a hacer con estos hombres. Porque hace algún tiempo se levantó Teudas, que pretendía ser alguien y que reunió a su alrededor unos cuatrocientos hombres; fue muerto y todos los que lo seguían se disgregaron y quedaron en nada. Después de éste, en los días del empadronamiento, se levantó Judas el Galileo, que arrastró al pueblo en pos de sí; también éste pereció y todos los que le habían seguido se dispersaron. Os digo, pues, ahora: desentendeos de estos hombres y dejadlos. Porque si esta idea o esta obra es de los hombres, se destruirá; pero si es de Dios, no conseguiréis destruirles. No sea que os encontréis luchando contra Dios” (Hch 5,34-39).    

La elección no nos reviste de poder sino de servicio: “Dad, pues, frutos dignos de conversión, y no andéis diciendo en vuestro interior: “Tenemos por padre a Abrahám”, porque os digo que puede Dios de estas piedras dar hijos a Abrahám” (Lc 3,8 ).
            Unas palabras del Papa Juan Pablo II pueden ayudarnos a entender lo que es la “elección”: “La predilección con la que Dios escogió a Israel como a su pueblo, no es un acto de exclusión sino de amor hacia toda la humanidad. La concepción sacramental de la historia de la salvación no ve en la elección especial de los hijos de Abrahám, y después de los discípulos de Cristo en la Iglesia, un privilegio que “encierra” y “excluye” sino el “signo e instrumento” de un amor universal”[4].
            Seguro que tú no conoces, porque también es reciente, el experimento que se denominó “Centésimo mono”, y que, a lo mejor, nos puede ayudar al entendimiento del mecanismo de la elección. En una isla de Japón en la que vivía una raza de monos, los científicos empezaron a enterrar patatas en la arena de la playa y los monos aprendieron, pronto, a desenterrarlas para comérselas. Un día una mona adolescente descubrió que si lavaba las patatas en el agua del mar éstas perdían la arena que tenían pegada y que era tan desagradable. Como el descubrimiento fue exitoso, siguió haciéndolo y pronto sus compañeros adolescentes aprendieron de ella y la imitaron. Después de un tiempo, las madres también aprendieron esta habilidad y, poco a poco, se fue extendiendo al resto del grupo. Pues bien, cuando esta práctica llegó a ser realizada por un número de simios al que los científicos dieron una cifra teórica de “cien”, la conducta de lavar las patatas comenzó a ser repetidas por los monos de otras islas del archipiélago.


[1] Mt  23, 8
[2] 1 Jn 4,8.16
[3] 1 Tm 2,4
[4] Catequesis de Juan Pablo II, miércoles 31 de octubre de 2001.

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