Del libro "Te ruego que me dispenses", editorial Narcea, Ernestina y Pedro Álvarez
VI
EL EXORCISTA “NO CRISTIANO”: LOS HERMANOS SEPARADOS.
“PARA
QUE FORMEMOS EN CRISTO UN SOLO CUERPO Y UN SOLO ESPÍRITU”
“Tomando Juan la palabra, dijo: “Maestro,
hemos visto a uno que expulsaba demonios en tu nombre, y tratamos de
impedírselo, porque no viene con nosotros” Pero Jesús le dijo: “No se lo
impidáis, pues el que no está contra vosotros, está por vosotros”” (Lc
9,49-50).
Querido amigo exorcista. ¡Qué
poco sabemos de ti!: expulsas demonios en el nombre de Jesús y no eres del
grupo de sus discípulos. Apenas unas palabras, pero, ¡qué riqueza de
implicaciones, qué fuerza expansiva que las hace perdurar hasta nuestros días!
Hay
que reconocer que tu “actuación” es más bien escasa; se reduce a una presencia
ya que son otros los que nos dan noticias de tu existencia: “Hemos visto a uno…”. Esto, en vez de restarte atractivo, acentúa el
misterio al tener que completar tu historia, imaginar tu rostro, mirada, voz,
aspecto físico…; ponerte un nombre: “exorcista no cristiano” con el que podamos
asociarte, darte una procedencia…, y, lo más importante, indagar en los motivos
de tu comportamiento y el de los Doce contigo.
La
“puesta en común” que hace Juan: “Maestro,
hemos visto…y tratamos de impedírselo”, nos hace pensar en una íntima y
cálida vida en común de Jesús con sus discípulos, en la que cualquier
acontecimiento es comentado y constituye una ocasión para la enseñanza. Parece
que el Maestro ya hace algún tiempo que tiene presente su inminente partida y
desea dejarles su auténtico espíritu.
En
este ambiente podemos pensar que Juan quiere “sacar el tema”, conocer el sentir
de Jesús sobre el asunto; bien porque hubiera disparidad de opiniones entre los
discípulos o bien porque todos estuvieran muy contentos con la decidida defensa
de los derechos de su Maestro y esperaran su reconocimiento. Quizás esta
segunda hipótesis sea la más probable y, por ello, la sorpresiva corrección de
Jesús fue recordada por las primeras comunidades cristianas y recogida en los evangelios.
Amigo
exorcista, de la lectura de tu historia me surgen multitud de preguntas. ¿Por
qué no te vas con los discípulos? ¿Cómo conoces el poder del nombre de Jesús
sin ser de los suyos? ¿Seguiste con tu misión o la abandonaste después del
incidente? ¿Cuáles son tus creencias? ¿Por qué se comportan así los Doce
contigo?... Pero lo más importante es
que provocas esa esperanzadora y gozosa sentencia de Jesús: “El que no está contra vosotros, está por
vosotros”.
Te
imagino viviendo sencillamente en una pequeña aldea de Galilea, muy interesado
en la búsqueda espiritual. Probablemente algún vecino te hablara de las
enseñanzas del joven Maestro judío que recorría la región y algo se despertó en
tu interior y fue como escuchar, en sus palabras, lo que el corazón llevaba
tiempo esperando. Adivino tu júbilo al
ver pasar a sus discípulos cerca de ti y el esfuerzo por hacerlos partícipes de
tus progresos en la lucha contra el mal.
Hasta
aquí tendríamos un bello y emocionante relato sobre la libertad del Espíritu de
manifestarse donde alguien lo acoge rompiendo todas las barreras existentes.
Pero me llena de inquietud pensar qué sentirías cuando los amigos de Jesús, del
que tanto esperabas, intentaron impedirte seguir trabajando por el Reino de
Dios. Tu decepción tuvo que ser tremenda, un mazazo, tanto más cuanto que, sin
conocer personalmente al Maestro, la única imagen que tenías de él, eran sus
seguidores.
Aunque
no parece, no sabremos nunca si alguno de los Doce te buscó después de la
corrección de Jesús para abrazarte como hermano y confirmarte en tu misión. Aún
así, abrigo una gran confianza en tu fortaleza, en que seguiste con tu
vocación, ya que la expresión utilizada por Juan: “tratamos de impedírselo”, indica que no lo consiguieron del todo y
que continuaste con tu servicio en solitario, desilusionado de los hombres,
pero firme en la lucha contra el mal.
Quizás
te sirva de alivio saber que no eres el primero ni serás el último que ha
sufrido a causa de la intolerancia religiosa. Esta misma actitud pudo ser
trágica para todo un pueblo. Poco después de pasar por tu vida, Santiago y
Juan, de camino por Samaria, se muestran, incluso, más fanáticos, en una
situación con rasgos comunes a la tuya. “Sucedió que como se iban cumpliendo
los días de su asunción, él se afirmó en su voluntad de ir a Jerusalén, y envió
mensajeros delante de él, que fueron y entraron en un pueblo de samaritanos
para prepararle posada; pero no le recibieron porque tenía intención de ir a
Jerusalén. Al verlo sus discípulos Santiago y Juan, dijeron: “Señor, ¿quieres
que digamos que baje fuego del cielo y los consuma?” Pero volviéndose, les
reprendió; y se fueron a otro pueblo” (Lc 9, 51-56).
Tampoco tienes que pensar que son
los Doce los únicos que se muestran así de sectarios. Una conducta similar la
encontramos en muchos hombres y mujeres “religiosos” de todas las épocas y
lugares. Un buen ejemplo, referido a los fariseos, lo tenemos en el relato de
la curación del “Hombre de la mano seca” que presenta claves interpretativas
afines a tu caso. “Sucedió que entró Jesús otro sábado en la sinagoga y se
puso a enseñar. Había allí un hombre que tenía la mano derecha seca. Estaban al
acecho los escribas y fariseos por si curaba en sábado, para encontrar de qué
acusarle. Pero él, conociendo sus pensamientos, dijo al hombre que tenía la
mano seca: “Levántate y ponte ahí en medio” Él, levantándose, se puso allí.
Entonces Jesús les dijo: “Yo os pregunto si en sábado es lícito hacer el bien
en vez de hacer el mal, salvar una vida en vez de destruirla” Y mirando a todos
ellos, les dijo: “Extiende tu mano.” Él lo hizo, y quedó restablecida su mano.
Ellos se ofuscaron, y deliberaban entre sí qué hacer a Jesús” (Lc 6, 6-11).
Me
gustaría que reflexionáramos sobre las causas de estas tres actuaciones que
hemos recogido. ¿Por qué los discípulos te prohíben expulsar demonios y quieren
hacer bajar fuego del cielo? ¿Por qué los fariseos no quieren que nadie cure en
sábado?
Hay
que desechar que se trate de un mero capricho o exabrupto, o que haya una mala
voluntad expresa, pues no lo mantienen oculto y en cuanto pueden se lo comentan
al Maestro. Lo que parece claro es que, bajo el aspecto de un buen celo, se
pueden esconder un gran cúmulo de ruindades: el temor mezquino a la
competencia, el sentido de propiedad sobre el espíritu y el bien, los derechos
adquiridos del grupo, una concepción de la autoridad como monopolio exclusivo y
excluyente, la intolerancia que sólo reconoce a los que se “inscriben
oficialmente” en el grupo...
LOS DERECHOS DE DIOS: LA REVELACIÓN, LA ELECCIÓN
Todas estas actuaciones
“inhumanas”, si me permites la expresión, parece que se justifican en la
defensa de los “derechos de Dios”. ¡Ay, los derechos de Dios! ¡Cuántos
crímenes, frustraciones, sufrimiento, angustia, hemos causado defendiendo a
Dios! Jesús se lo advierte a sus discípulos: “E incluso llegará la hora en
que todo el que os mate piense que da culto a Dios” (Jn 16,2). Y nosotros
tampoco nos quedamos atrás... Pero únicamente lo vemos claro cuando es la
defensa de “otros dioses” lo que provoca las barbaries y la vulneración de los
derechos humanos.
Cuando
el pensamiento se vincula a Dios, ideologías, modelos globales..., parece como
si perdiéramos la “inteligencia”, la conexión con nuestro sentir, con lo que
más auténticamente somos. El pensamiento racional se convierte en un “tirano”
al que hay que obedecer “a ciegas” y que se encuentra, además, fuera de nuestra
existencia y control. Las ideologías, sin la vigilancia del ser, pueden ser
alienantes, peligrosas y crueles.
Es
seguro de que si los discípulos hubieran, por un instante, conectado con su
sentir, no se hubieran comportado así. Pero, en esos momentos, el razonamiento
unilateral, debido a su posible referencia a Dios, al absoluto, era el dueño
total de ellos.
Te
preguntarás: ¿por qué esa desconexión, dictadura del pensamiento? Detrás de la
defensa de los “derechos de Dios” late una imagen distorsionada del Padre, que
es la que provoca el corte entre nuestra reflexión y nuestro ser: “Y esto lo
harán (matar pensando dar gloria a Dios) porque no han conocido ni al Padre ni
a mí” (Jn 16,3).
Se
trata del Dios con el que hay que “ir con cuidado” para no equivocarse, andar
con “pies de plomo” porque al menor descuido nos perdemos y nos retira su
favor... Con ese Dios es muy importante no fallar, siempre hay que obedecerlo,
defender sus derechos absolutos, porque nos jugamos la vida y la
salvación...
Estas
mismas imágenes de un Dios autoritario provocaron, también, el considerar la
“revelación” como libre dictado de Dios a los hombres, fuera de la
racionalidad, historia, cultura, de cada uno de nosotros. Se trata de una
verdad que se encuentra fuera de nuestro ámbito y que hay que seguir “a
ciegas”.
Estas
representaciones nunca han sido cristianas porque parten de un Padre
dictatorial que no es el que Jesús nos mostró. La revelación más que un dictado
se asemeja a un “caer en la cuenta”, un descubrimiento. Si bien la encontramos,
generalmente, porque alguien nos la anuncia, sólo la aceptamos porque
comprobamos que es la respuesta justa.
Lo
que te será y me es más difícil de entender, amigo exorcista, es cómo Juan,
Pedro, Santiago... podían, todavía, mantener esa imagen del Padre. Jesús les
mostraba cotidianamente que Dios era “papá”, que sus “derechos” eran y son la
vida plena del hombre, nuestra felicidad; que nadie se equivoca con Dios, ya
que él sale continuamente al encuentro; que su única gloria es que seamos
dichosos...
Lo que sucede, tanto a ellos como
a nosotros, es que los conceptos en los que hemos sido educados se mantienen en
el nivel subconsciente y, aún siendo la causa de nuestras actuaciones, no nos
percatamos de ellos.
Una
vez que hemos desenredado una pequeña madeja, nos falta por aclarar otro
llamativo elemento de la actuación de los Doce: el elemento de fuerza,
coercitivo. ¿De dónde les viene el poder con el que actúan? Si somos todos
hermanos e hijos del mismo Padre, ¿por qué ellos pueden prohibir hacer el bien?
¿No dice Jesús que a nadie llamemos maestro porque uno sólo es nuestro Maestro?[1]
La
palabra clave que nos puede ayudar a comprender este asunto es: “elección”.
¡Elección, cuántos problemas has ocasionado!, ¡cuánta violencia y dominación
por tu culpa!, ¡cuántos rodeos para intentar salvar tu razón de ser!, ¡cuánta
rebeldía, odio, indignación produces!...
En
este tema, ya no son los Doce los únicos que tienen que dar explicaciones, sino
también Dios tiene que aclararnos su forma de actuar. ¿Por qué elige a unos y
no a otros, por ejemplo a ti? ¿Por qué sólo a un pueblo? ¿Puede un Padre
privilegiar a un hijo sobre el resto?
Para
ser justos con los discípulos, hay que reconocer que ellos tienen una doble
dificultad en considerar a todos los hombres iguales: además de saberse hijos
del “pueblo elegido”, son seguidores de un joven Maestro que posee el poder de
Dios y que también los ha “elegido” para la importante misión de anunciar la venida
del Reino. Quizás en un equivocado entendimiento de la “elección” radique su
actuar coercitivo y excluyente.
A
primera vista, parece que la existencia de un “pueblo”, de unos “discípulos
preferidos”, de un “don personal”, nos remite a otros pueblos que no lo son y a
otras personas que no lo tienen, con lo que conlleva de aparente discriminación
por parte de Dios, es origen de dominación de unas personas sobre otras, y se
opone al Padre que es amor[2]
y que quiere que todos los hombres se salven[3].
Pero
esta forma de entender los dones tiene como único punto de vista nuestros egos,
nuestra tendencia a compararnos, competir... y no tiene en cuenta la evolución,
el crecimiento de la humanidad en su globalidad. La única manera de extender el
Reino, una enseñanza, una conquista, un descubrimiento..., es a través de
personas, pueblos concretos, que, gracias a una especial capacidad para captar
el misterio de Dios, de la naturaleza, de la ciencia, tiren de la humanidad.
Seguro
que, por tu experiencia vital, coincidirías conmigo en imaginar a Dios como una
inmensa y potentísima antena emisora de radio, -si en tu tiempo Marconi ya la
hubiera inventado-, que constantemente emite ondas en todas las direcciones.
Dios “presiona” nuestra conciencia para emerger en ella. Pero los hombres, por
naturaleza, tenemos diferentes capacidades, sensibilidades, que hacen que unos
conecten y capten mejor que otros esa melodía. Aquí no hay una discriminación
divina; Dios sigue emitiendo y esperando que todos sintonicemos con la
frecuencia adecuada, para lo cual “utiliza” a estos líderes. Cuando una
persona, un pueblo, da un paso en el conocimiento de Dios, es la humanidad
entera, el cosmos, el que conquista ese nuevo estadio.
Quizás
sea esta forma de evolucionar a saltos, en flecha, por individuos que “tiran
del carro”, la mejor forma de diferenciar las experiencias reales que conectan
con el Absoluto de las que son meras fantasías personales. Éstas últimas
finalizan con el individuo que las crea, las otras, al ser universales, pasan a
formar parte de nuestra herencia biológica, como bien entendió Gamaliel: “Entonces
un fariseo llamado Gamaliel, doctor de la Ley, con prestigio ante todo el
pueblo, se levantó en el Sanedrín. Mandó que se hiciera salir un momento a
aquellos hombres (los Apóstoles). “Israelitas, mirad bien lo que vais a hacer
con estos hombres. Porque hace algún tiempo se levantó Teudas, que pretendía
ser alguien y que reunió a su alrededor unos cuatrocientos hombres; fue muerto
y todos los que lo seguían se disgregaron y quedaron en nada. Después de éste,
en los días del empadronamiento, se levantó Judas el Galileo, que arrastró al
pueblo en pos de sí; también éste pereció y todos los que le habían seguido se
dispersaron. Os digo, pues, ahora: desentendeos de estos hombres y dejadlos.
Porque si esta idea o esta obra es de los hombres, se destruirá; pero si es de
Dios, no conseguiréis destruirles. No sea que os encontréis luchando contra
Dios” (Hch 5,34-39).
La elección no nos reviste de
poder sino de servicio: “Dad, pues,
frutos dignos de conversión, y no andéis diciendo en vuestro interior: “Tenemos
por padre a Abrahám”, porque os digo que puede Dios de estas piedras dar hijos
a Abrahám” (Lc 3,8 ).
Unas palabras del Papa Juan Pablo II pueden ayudarnos a
entender lo que es la “elección”: “La predilección con la que Dios escogió a
Israel como a su pueblo, no es un acto de exclusión sino de amor hacia toda la
humanidad. La concepción sacramental de la historia de la salvación no ve en la
elección especial de los hijos de Abrahám, y después de los discípulos de
Cristo en la Iglesia, un privilegio que “encierra” y “excluye” sino el “signo e
instrumento” de un amor universal”[4].
Seguro
que tú no conoces, porque también es reciente, el experimento que se denominó
“Centésimo mono”, y que, a lo mejor, nos puede ayudar al entendimiento del
mecanismo de la elección. En una isla de Japón en la que vivía una raza de
monos, los científicos empezaron a enterrar patatas en la arena de la playa y
los monos aprendieron, pronto, a desenterrarlas para comérselas. Un día una
mona adolescente descubrió que si lavaba las patatas en el agua del mar éstas
perdían la arena que tenían pegada y que era tan desagradable. Como el
descubrimiento fue exitoso, siguió haciéndolo y pronto sus compañeros
adolescentes aprendieron de ella y la imitaron. Después de un tiempo, las
madres también aprendieron esta habilidad y, poco a poco, se fue extendiendo al
resto del grupo. Pues bien, cuando esta práctica llegó a ser realizada por un
número de simios al que los científicos dieron una cifra teórica de “cien”, la
conducta de lavar las patatas comenzó a ser repetidas por los monos de otras
islas del archipiélago.
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